El ambiente en los pisos ejecutivos de la empresa Sinisterra era denso. Como si el aire se hubiese espesado, como si las paredes mismas supieran que algo irreversible estaba por suceder. Los empleados caminaban en silencio, con pasos cortos, discretos, casi como si no quisieran llamar la atención de nadie.
En la sala de juntas privada, Alberto Sinisterra ya estaba allí. Había llegado temprano, como siempre, con el rostro endurecido, una expresión más cerrada que de costumbre y un silencio que ni siquiera Allison o Miguel se atrevían a romper. Llevaba más de una hora encerrado en su oficina sin hablar con nadie. Solo había pedido un café. No lo había tocado.
Miguel revisaba su celular compulsivamente, sin saber qué esperar. Allison, en cambio, hablaba con dos socios menores en voz baja, intentando restarle gravedad al asunto.
—Todo esto se va a aclarar —murmuraba—. No hay forma de que ese hombre venga a imponer cosas como si esto fuera suyo.
—Pero… si los documentos son reales —se atre