Apenas habían pasado unas horas desde la escandalosa reunión en la que Alanna desenmascaró públicamente a Alexa y presentó las pruebas que la liberaban de cualquier sospecha. El video de seguridad, los documentos digitales analizados, y el rostro pálido de Alexa quedaban grabados en la retina de todos los presentes, pero también en las cámaras que transmitieron en vivo.
Y ahora, las puertas de la empresa estaban sitiadas por decenas de reporteros. Micrófonos. Flashes. Gritos de preguntas que se elevaban como olas de una marea que nadie podía detener.
Leonardo bajó del ascensor con el rostro cansado, aún vistiendo su traje a medio abotonar, sin corbata y con los ojos sombreados por la noche sin sueño. A su lado, dos asistentes intentaban abrir paso, pero la prensa no cedía terreno.
—¡Leonardo! ¡Leonardo Salvatore! —gritó una periodista de cabello rubio mientras le extendía el micrófono—. ¿Cómo se siente al descubrir que todo fue una trampa? ¿Que su esposa fue víctima de una manipulació