Laura
Permanecí un rato más en la biblioteca después de que Mat se fue. El silencio era denso, solemne, como si las paredes supieran que acababa de recibir una sentencia y una advertencia al mismo tiempo. Apoyé los codos sobre la mesa y enterré el rostro entre las manos.
Inhalé hondo.
Luego solté el aire de golpe.
Sabía que iba a enfrentarme a Carlos. Él intentó quitarme a mi hijo desde el mismo instante en que Gabriel nació. No era nuevo. Sin embargo, siempre creí que cuando ese momento llegara, lo haría con Antonio a mi lado, con él dándole la cara al hombre que alguna vez amé.
—Dios… —murmuré, con la cabeza gacha—. Si estuvieras aquí, me regañarías por culparme de tu ausencia.
Me imaginé su ceño fruncido, esa mirada severa pero comprensiva que solo usaba conmigo cuando asumía cargas que no me correspondían.
Nada de esto ha sido tu culpa.
Las lágrimas volvieron a asomarse, silenciosas. No las limpié. Dejé que cayeran mientras oía su voz en mi memoria.
Y entonces, sin buscarlo, el re