Laura Martínez
Seguía sin comprender qué pasaba, pero la seguridad de Antonio logró que mis manos dejaran de temblar.
Creí que los hermanos Borbón usarían alguna de sus artimañas; en cambio, el abogado mayor y delgado que los acompañaba les susurró algo al oído, y se alejaron hacia el otro lado.
Antonio tenía razón: con él a mi lado, ellos no podían hacerme nada.
Sin embargo, esa palabra seguía flotando en el aire como un eco suspendido que se negaba a morir. Hermanito.
—Bien, Laura —dijo Antonio al fin, luego de varios trámites. Ajustó su saco mientras revisaba un documento—, la estrategia es…
—¿Hermanito? —La pregunta se me salió involuntaria.
Sin duda, la curiosidad pudo más que el miedo o cualquier otra emoción. Antonio sonrió; su gesto fue distinto en ese momento: sin dejo de burla o arrogancia, una sonrisa real, como la de un niño atrapado en una travesura.
—Así es, Laura —dijo él con calma—. Ellos son mis hermanos, o bueno, medios hermanos.
Era la segunda vez que lo escuchaba e