El silencio del bosque se rompió de manera abrupta. Primero fueron los ruidos lejanos, casi imperceptibles, un crujir de ramas y hojas movidas por algo más grande que simples animales. Luego, los gruñidos, feroces y resonantes, hicieron que el corazón de todos los presentes se acelerara. Lobos e hibrimorfos comenzaron a aparecer entre la niebla, sus ojos brillando en la penumbra. Cada uno de ellos llevaba la intensidad de la batalla tatuada en sus gestos y movimientos, una tensión que podía cortarse con un cuchillo.
Desde la distancia, el ejército de Ígnea se lanzó al ataque. Sus soldados avanzaban con precisión, combinando fuerza, estrategia y un instinto casi animal, preparados para todo lo que pudiera enfrentar. Pero no estaban solos: un gruñido profundo y autoritario resonó sobre el campo, y el ejército de Riven respondió al llamado de su Alfa.
Riven, con los músculos tensos y la mirada fija, soltó un gruñido que hizo temblar el suelo. Sus órdenes fueron precisas y rápidas: su ejér