Capítulo 34. Sonríe Melisa, nadie debe saberlo.
Esta no era una afirmación para el bebé. Era una sentencia para ella misma.
No podía quedarse allí, no cuando Sebastián podía descubrirlo, no cuando todos en la empresa comenzaban a hablar de su nueva o mejor dicho ¿vieja relación? Y menos ahora que su cuerpo ya no le pertenecía solo a ella.
Tenía que desaparecer, pero debía organizarlo a la perfección, no podía permitirse errores, ya no.
La noche cayó sin misericordia, como si el cielo se compadeciera de ella y la envolviera en sombras para ocultar su vulnerabilidad. Melisa se quedó dormida en el sofá, no por comodidad, sino debido al agotamiento emocional. Cuando despertó horas después, con el cuerpo adolorido y la boca seca, la única compañía que tenía era la luz azulada del televisor que se mantenía encendido en completo silencio.
Tenía que regresar a la oficina.
Tenía que actuar como si nada hubiera cambiado. Como si no llevara una adorable tormenta creciendo en el vientre.
Como si no hubiera escuchado esas palabras equivocadas d