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Capítulo 23. Una Visita Inesperada... Y Un Torbellino de Cariño

El lunes por la mañana, la oficina parecía un mundo aparte. Sebastián estaba distante, frío, volviendo a ese jefe inalcanzable que Melisa había conocido los primeros días. Pero ella no podía ignorar que había algo más. No era solo profesionalismo... era tensión. Una tensión que crecía más y más dentro de él.

Ese día, mientras organizaban unos documentos en la sala de reuniones, sus manos se rozaron.

Melisa se alejó un paso, consciente del estremecimiento que la recorrió.

-- No deberías seguir jugando con fuego – le dijo sin mirarlo.

-- ¿Y si me gusta quemarme? – le respondió él, con voz ronca.

Melisa giró para encararlo. La cercanía era peligrosa. Sus labios estaban a centímetros. Él levantó la mano, apenas rozando su mejilla. Y entonces la puerta se abrió, era Daniel, su asistente.

-- Sebastián, hay una llamada urgente de tu ex… Mariel – le informó. La burbuja explotó. Melisa se alejó de inmediato. Sebastián, molesto, asintió y se fue sin decir nada, él mismo había estado llamando a Mariel para aclararla, no quería que siga enviando fotografías a sus abuelos, no quería tener nada que ver con ella, y lo más importante no la quería cerca de Melisa. Más tarde, ella lo vio por el vidrio del despacho hablando por teléfono. Tenía el ceño fruncido, la mandíbula tensa y colgó con brusquedad, luego pareció como si estuviera maldiciendo…

Esa noche, Melisa se quedó más tiempo trabajando. Sebastián también. Nadie habló. Ninguno quería admitir lo que flotaba en el ambiente.

Al día siguiente Sebastian llegó y encontró a Melisa en su cubículo, todavía no la nombraba secretaria permanente, ni siquiera él sabía porque no lo había hecho.

-- Buenos días señorita Hart –

-- Buenos días señor Novak –

Ese era su saludo normal, nadie en la oficina sospechaba lo que ocurría entre los dos, ni siquiera Daniel. Melisa ingresó con el informe semanal, Sebastian levantó la mirada, y antes de que ella se retirara le dijo.

-- ¿Sabes lo que me dijeron mis abuelos esta mañana? – preguntó Sebastián, sorprendiéndola mientras se retiraba de su oficina.

-- ¡No lo sé!, pero podría ser ¿Qué el matrimonio está sobrevalorado? – se aventuró, pero el negó.

-- Me dijeron que no me deje intimidar. Que si esta es la mujer que me hace feliz, no me deje llevar por el orgullo –

Melisa lo miró fijamente.

-- ¿Y lo es? – él no respondió. Solo la miró por un segundo más, dejando que ella se fuera de ahí.

Melisa salió a almorzar con las secretarias que antes estaban con ella, y al volver la empresa parecía estar en caos…

-- ¿Pero qué demonios…? –

Sebastián estaba revisando unos informes cuando lo llamaron de recepción con carácter de urgencia a su interno. La voz, entre emocionada y desconcertada de la joven recepcionista, tartamudeó:

-- Pre- presidente Novak… hay unos visitantes que están ingresando al estacionamiento del sótano… no pasaron por recepción. Y dicen que no necesitan cita… ¡Pronto ingresaran al lobby!

-- ¿Quiénes son? – le preguntó, levantándose ya de su asiento con el ceño fruncido.

-- Sus abuelos – Sebastián se quedó petrificado. Un tic nervioso le cruzó el rostro.

-- ¿Qué? – preguntó asustado.

-- La señora Cata y el señor Santiago… vienen acompañados de su chofer – Sebastian corto la comunicación, debía bajar para detener a sus abuelos.

Melisa miraba todo a su alrededor.

Algunos empleados cuchicheaban entre ellos, otros revisaban sus escritorios con premura. Las chicas y Melisa no entendían del todo el motivo de tanto alboroto, hasta que vio la recepcionista, correr pasillo abajo como si su vida dependiera de ello.

-- ¿Qué pasa? – llegó a preguntar, deteniéndola con un suave gesto. La jovencita con el rostro desencajado apenas pudo articular.

-- Son los abuelos... Los abuelos del jefe están aquí –

-- ¿Qué abuelos? ¿De qué jefe? – Melisa preguntó, aunque en su interior ya sabía la respuesta.

-- Del presidente Novak Melisa, ¿de quién más? – Melisa dejó de respirar por algunos segundos, mientras la recepcionista seguía dando detalles. -- ¡Los Novak! ¡doña Cata y don Santiago Novak! Están aquí abajo, en el estacionamiento. ¡Dicen que quieren conocer el lugar de trabajo de su “nieta política”! –

Melisa palideció al punto del desmayo. Si los abuelos llegaban a subir toda la empresa sabría sobre la farsa entre Sebastian y ella.

-- ¿Qué? ¿¡Qué!? Eso no puede ser –

-- ¿Verdad? Puedes decirme como es posible que nadie supiera que la novia del señor Novak también trabajaba aquí –

Melisa quería girar sobre sus talones y salir por donde llegó, pero ya era demasiado tarde. La voz de doña Cata resonó por todo el pasillo segundos después.

-- ¡Melisa, querida! ¡Por fin nos encontramos en tu terreno! – le dijo, avanzando con paso firme y un abrigo de lana digno de un desfile de Chanel. Su esposo, don Santiago, la seguía con su bastón y una sonrisa socarrona.

-- ¿Dónde está ese nieto haragán? – le preguntó el abuelo.

-- Hemos venido porque  ¡Queremos ver a nuestra futura nieta en acción! – la recepcionista miraba a Melisa sonrojada, había dicho demasiado sin saber que ella era la novia dl presidente.

 Los empleados que estaba cerca se quedaron congelados. Algunos miraban a Melisa con la boca abierta y otros trataban de disimular la risa nerviosa. Un minuto después Sebastián apareció por fin al final del pasillo, con una expresión de pánico mal disimulado.

-- Abuela… abuelo… ¿qué hacen aquí? –

-- ¡Sorpresa! – exclamó su abuela Cata. -- Dijimos que queríamos conocer cómo trabaja la mujer que te cambió la vida, y qué mejor que verla en su ambiente natural. ¡La oficina! ¡Tu mundo! ¡La rutina que ella debe soportar a diario contigo al costado cariño! – bromeo doña Cata.

Melisa deseó desaparecer. Don Santiago le guiñó un ojo mientras que Sebastián se pasaba la mano por el rostro, evidentemente tenso.

-- ¿Podemos hablar en privado? – murmuró Sebastián entre dientes.

-- ¿Y perdernos la oportunidad de ver cómo trabajan juntos? Ni hablar – declaró doña Cata, tomando del brazo a Melisa como si fuera su nieta oficial.

-- Ven con nosotros mi niña, queremos conocer todos los rincones – Melisa asintió soltando una risa nerviosa, estaba atrapada en esta farsa que se le escapaba de sus manos, sin saber que hacer.

Daniel que había llegado detrás de su jefe los miraba desorientado, preguntándose desde cuando Melisa Hart se había convertido en la novia de su jefe… Sebastián la siguió, resignado.

La visita fue todo un espectáculo. Doña Cata saludó a cada empleado de la empresa como si estuviera de candidata de una campaña política, preguntando nombres, cargos y cuánto tiempo llevaban en la empresa. Santiago, mientras tanto, aprovechaba para observar a Melisa cada vez que podía.

Todos los empleados se apartaban al verlos pasar, mirando a Melisa con sorpresa. Cata, con un elegante vestido de lino blanco y gafas oscuras terminó de conocer a los empleados, y giró sobre sus tacones como una reina que acaba de inspeccionar su reino, levantó sus gafas oscuras con elegancia para enfocar su atención en Melisa.

-- Mi querida Melisa, tienes más temple que muchos de los directivos que hemos conocido en esta empresa. Y mira que hemos conocido a unos cuantos – le comentó con tono orgulloso. -- Tu energía ilumina el edificio… ¿o será que la compañía de mi nieto te da ese resplandor? –

-- Abuela, por favor… -- intervino Sebastián, apareciendo justo a su lado, con las mejillas más rojas de lo habitual.

-- Ay, hijo, no te sonrojes que no estoy diciendo nada que no piensen todos – le dijo Cata mirando a los empleados que no sabían si disimular o asentir.

-- ¿Y si subimos a mi oficina? Podríamos hablar más tranquilos allí, y tal vez… evitar que se arme un chisme masivo en los pasillos – les propuso Sebastián, claramente desesperado por sacar a sus abuelos del ojo público. Melisa pensaba igual, la farsa que habían armado podía llegar a su fin en cualquier momento.

-- ¿Chisme? – repitió don Santiago con una sonrisa traviesa. -- ¿Tú crees que esto puede llamarse chisme, mujer? – le pregunto a su esposa. Y doña respondió en un tono dramático.

-- ¡Ay, no! ¡Esto es una revelación! ¿Qué esta pasando en la empresa Sebastian, todos los empleados están trabajando con el rostro estresado, será que les estas exigiendo demasiado –

Melisa casi tropieza de la impresión. Sebastián simplemente apretó la mandíbula. Y cuando por fin sus abuelos accedieron a subir, Daniel intentó disimuladamente pasar junto a Sebastián.

-- ¿Está todo bien, Sebastian? – preguntó en voz baja.

-- Dependerá de si sobrevivimos a esto – le respondió Sebastián, y se adelantó para abrir la puerta.

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