El lunes por la mañana, la oficina parecía un mundo aparte. Sebastián estaba distante, frío, volviendo a ese jefe inalcanzable que Melisa había conocido los primeros días. Pero ella no podía ignorar que había algo más. No era solo profesionalismo... era tensión. Una tensión que crecía más y más dentro de él.
Ese día, mientras organizaban unos documentos en la sala de reuniones, sus manos se rozaron.
Melisa se alejó un paso, consciente del estremecimiento que la recorrió.
-- No deberías seguir jugando con fuego – le dijo sin mirarlo.
-- ¿Y si me gusta quemarme? – le respondió él, con voz ronca.
Melisa giró para encararlo. La cercanía era peligrosa. Sus labios estaban a centímetros. Él levantó la mano, apenas rozando su mejilla. Y entonces la puerta se abrió, era Daniel, su asistente.
-- Sebastián, hay una llamada urgente de tu ex… Mariel – le informó. La burbuja explotó. Melisa se alejó de inmediato. Sebastián, molesto, asintió y se fue sin decir nada, él mismo había estado llamando a Mariel para aclararla, no quería que siga enviando fotografías a sus abuelos, no quería tener nada que ver con ella, y lo más importante no la quería cerca de Melisa. Más tarde, ella lo vio por el vidrio del despacho hablando por teléfono. Tenía el ceño fruncido, la mandíbula tensa y colgó con brusquedad, luego pareció como si estuviera maldiciendo…
Esa noche, Melisa se quedó más tiempo trabajando. Sebastián también. Nadie habló. Ninguno quería admitir lo que flotaba en el ambiente.
Al día siguiente Sebastian llegó y encontró a Melisa en su cubículo, todavía no la nombraba secretaria permanente, ni siquiera él sabía porque no lo había hecho.
-- Buenos días señorita Hart –
-- Buenos días señor Novak –
Ese era su saludo normal, nadie en la oficina sospechaba lo que ocurría entre los dos, ni siquiera Daniel. Melisa ingresó con el informe semanal, Sebastian levantó la mirada, y antes de que ella se retirara le dijo.
-- ¿Sabes lo que me dijeron mis abuelos esta mañana? – preguntó Sebastián, sorprendiéndola mientras se retiraba de su oficina.
-- ¡No lo sé!, pero podría ser ¿Qué el matrimonio está sobrevalorado? – se aventuró, pero el negó.
-- Me dijeron que no me deje intimidar. Que si esta es la mujer que me hace feliz, no me deje llevar por el orgullo –
Melisa lo miró fijamente.
-- ¿Y lo es? – él no respondió. Solo la miró por un segundo más, dejando que ella se fuera de ahí.
Melisa salió a almorzar con las secretarias que antes estaban con ella, y al volver la empresa parecía estar en caos…
-- ¿Pero qué demonios…? –
Sebastián estaba revisando unos informes cuando lo llamaron de recepción con carácter de urgencia a su interno. La voz, entre emocionada y desconcertada de la joven recepcionista, tartamudeó:
-- Pre- presidente Novak… hay unos visitantes que están ingresando al estacionamiento del sótano… no pasaron por recepción. Y dicen que no necesitan cita… ¡Pronto ingresaran al lobby!
-- ¿Quiénes son? – le preguntó, levantándose ya de su asiento con el ceño fruncido.
-- Sus abuelos – Sebastián se quedó petrificado. Un tic nervioso le cruzó el rostro.
-- ¿Qué? – preguntó asustado.
-- La señora Cata y el señor Santiago… vienen acompañados de su chofer – Sebastian corto la comunicación, debía bajar para detener a sus abuelos.
Melisa miraba todo a su alrededor.
Algunos empleados cuchicheaban entre ellos, otros revisaban sus escritorios con premura. Las chicas y Melisa no entendían del todo el motivo de tanto alboroto, hasta que vio la recepcionista, correr pasillo abajo como si su vida dependiera de ello.
-- ¿Qué pasa? – llegó a preguntar, deteniéndola con un suave gesto. La jovencita con el rostro desencajado apenas pudo articular.
-- Son los abuelos... Los abuelos del jefe están aquí –
-- ¿Qué abuelos? ¿De qué jefe? – Melisa preguntó, aunque en su interior ya sabía la respuesta.
-- Del presidente Novak Melisa, ¿de quién más? – Melisa dejó de respirar por algunos segundos, mientras la recepcionista seguía dando detalles. -- ¡Los Novak! ¡doña Cata y don Santiago Novak! Están aquí abajo, en el estacionamiento. ¡Dicen que quieren conocer el lugar de trabajo de su “nieta política”! –
Melisa palideció al punto del desmayo. Si los abuelos llegaban a subir toda la empresa sabría sobre la farsa entre Sebastian y ella.
-- ¿Qué? ¿¡Qué!? Eso no puede ser –
-- ¿Verdad? Puedes decirme como es posible que nadie supiera que la novia del señor Novak también trabajaba aquí –
Melisa quería girar sobre sus talones y salir por donde llegó, pero ya era demasiado tarde. La voz de doña Cata resonó por todo el pasillo segundos después.
-- ¡Melisa, querida! ¡Por fin nos encontramos en tu terreno! – le dijo, avanzando con paso firme y un abrigo de lana digno de un desfile de Chanel. Su esposo, don Santiago, la seguía con su bastón y una sonrisa socarrona.
-- ¿Dónde está ese nieto haragán? – le preguntó el abuelo.
-- Hemos venido porque ¡Queremos ver a nuestra futura nieta en acción! – la recepcionista miraba a Melisa sonrojada, había dicho demasiado sin saber que ella era la novia dl presidente.
Los empleados que estaba cerca se quedaron congelados. Algunos miraban a Melisa con la boca abierta y otros trataban de disimular la risa nerviosa. Un minuto después Sebastián apareció por fin al final del pasillo, con una expresión de pánico mal disimulado.
-- Abuela… abuelo… ¿qué hacen aquí? –
-- ¡Sorpresa! – exclamó su abuela Cata. -- Dijimos que queríamos conocer cómo trabaja la mujer que te cambió la vida, y qué mejor que verla en su ambiente natural. ¡La oficina! ¡Tu mundo! ¡La rutina que ella debe soportar a diario contigo al costado cariño! – bromeo doña Cata.
Melisa deseó desaparecer. Don Santiago le guiñó un ojo mientras que Sebastián se pasaba la mano por el rostro, evidentemente tenso.
-- ¿Podemos hablar en privado? – murmuró Sebastián entre dientes.
-- ¿Y perdernos la oportunidad de ver cómo trabajan juntos? Ni hablar – declaró doña Cata, tomando del brazo a Melisa como si fuera su nieta oficial.
-- Ven con nosotros mi niña, queremos conocer todos los rincones – Melisa asintió soltando una risa nerviosa, estaba atrapada en esta farsa que se le escapaba de sus manos, sin saber que hacer.
Daniel que había llegado detrás de su jefe los miraba desorientado, preguntándose desde cuando Melisa Hart se había convertido en la novia de su jefe… Sebastián la siguió, resignado.
La visita fue todo un espectáculo. Doña Cata saludó a cada empleado de la empresa como si estuviera de candidata de una campaña política, preguntando nombres, cargos y cuánto tiempo llevaban en la empresa. Santiago, mientras tanto, aprovechaba para observar a Melisa cada vez que podía.
Todos los empleados se apartaban al verlos pasar, mirando a Melisa con sorpresa. Cata, con un elegante vestido de lino blanco y gafas oscuras terminó de conocer a los empleados, y giró sobre sus tacones como una reina que acaba de inspeccionar su reino, levantó sus gafas oscuras con elegancia para enfocar su atención en Melisa.
-- Mi querida Melisa, tienes más temple que muchos de los directivos que hemos conocido en esta empresa. Y mira que hemos conocido a unos cuantos – le comentó con tono orgulloso. -- Tu energía ilumina el edificio… ¿o será que la compañía de mi nieto te da ese resplandor? –
-- Abuela, por favor… -- intervino Sebastián, apareciendo justo a su lado, con las mejillas más rojas de lo habitual.
-- Ay, hijo, no te sonrojes que no estoy diciendo nada que no piensen todos – le dijo Cata mirando a los empleados que no sabían si disimular o asentir.
-- ¿Y si subimos a mi oficina? Podríamos hablar más tranquilos allí, y tal vez… evitar que se arme un chisme masivo en los pasillos – les propuso Sebastián, claramente desesperado por sacar a sus abuelos del ojo público. Melisa pensaba igual, la farsa que habían armado podía llegar a su fin en cualquier momento.
-- ¿Chisme? – repitió don Santiago con una sonrisa traviesa. -- ¿Tú crees que esto puede llamarse chisme, mujer? – le pregunto a su esposa. Y doña respondió en un tono dramático.
-- ¡Ay, no! ¡Esto es una revelación! ¿Qué esta pasando en la empresa Sebastian, todos los empleados están trabajando con el rostro estresado, será que les estas exigiendo demasiado –
Melisa casi tropieza de la impresión. Sebastián simplemente apretó la mandíbula. Y cuando por fin sus abuelos accedieron a subir, Daniel intentó disimuladamente pasar junto a Sebastián.
-- ¿Está todo bien, Sebastian? – preguntó en voz baja.
-- Dependerá de si sobrevivimos a esto – le respondió Sebastián, y se adelantó para abrir la puerta.
Una vez dentro, doña Cata se acomodó en la cabecera de la mesa como si estuviera en la mansión Novak, cruzando las piernas y retirándose las gafas. Don Santiago se sentó junto a ella, mientras Melisa y Sebastián tomaban lugar al frente, uno al lado del otro, como si fueran a presentar un balance trimestral… o anunciar su compromiso.--Bueno, expliquen – le dijo Cata directamente. -- Queremos saber cómo va su relación en este entorno tan... corporativo. ¿Se ven mucho? ¿Comen juntos? ¿Toman café? ¿Tienen nombres secretos por interno? –--Abuela… —Sebastián respiró hondo, sin saber si reír o llorar. -- Estamos en horario laboral –--Y por eso mismo queremos ver cómo se manejan. Queremos asegurarnos de que esto no es solo un capricho pasajero – añadió Santiago, sonriéndole a Melisa como si ella fuera la última galleta de la caja.Melisa sintió que le ardían las mejillas. Quiso hablar, pero Sebastián la interrumpió, poniéndole una mano sobre la suya, un gesto que confundió incluso a él mis
Melisa obedeció, y solo cuando la puerta se cerró detrás de ella, Sebastián se dejó caer en su silla con un largo suspiro.-- No puedo creer lo que acaban de hacer –-- Tus abuelos son una hermosa arma de destrucción masiva – le dijo Melisa, quien se dejó caer en la silla frente a él. -- ¿Cómo se les ocurrió aparecerse aquí? –-- No tengo idea. Pero me queda claro que no se tragaron nuestra farsa – gruñó él y Melisa suspiro dudosa.-- ¿Estas seguro de eso? – él asintió.-- No solo eso. Ellos vinieron a propósito solo para lanzarnos al ruedo como si fuéramos una pareja oficial. Y ahora… todos lo creen. Al final se salieron con la suya – dijo él y Melisa abrió los ojos pensando que ese par de ancianos era más peligroso que su nieto.Sebastián se frotó la frente con un gesto cansado.-- Ahora no podemos desmentirlo sin hacer el ridículo. Y si lo negamos, ellos volverán con más fuerza –Melisa lo miró, sin decir nada. El ambiente estaba cargado. No solo de rumores y nerviosismo, sino tamb
Sebastián no soportaba la espera.Miró por décima vez la pantalla de su celular. Ningún mensaje. Ninguna llamada. Ninguna señal.Había salido a buscar a Melisa en su cubículo, pero no la había encontrado, estaba desesperado imaginando lo peor. Se levantó de golpe, empujando la silla hacia atrás con tanta fuerza que la hizo chirriar contra el suelo.-- Basta – murmuró para sí mismo.No iba a quedarse allí como un idiota, mirando el teléfono, mientras ella se deshacía por su culpa. Si la había hecho sentir como una opción, si la había dejado creyendo que no le importaba… entonces era su responsabilidad buscarla. Enfrentarla. Escucharla. Pedir perdón.Salió de allí a paso firme.Conforme avanzaba los murmullos se apagaban a su paso. Todos notaban su expresión decidida, como una tormenta contenida en un traje de lujo hecho a medida. Su mirada buscaba la de Melisa, su ritmo apurado lo decía todo.--¿Han visto a Melisa? – le preguntó a todo aquel que se cruzaba en su camino, sin detenerse.
El sol comenzaba a colarse tímidamente entre las cortinas de la habitación, bañando de luz cálida las sábanas revueltas. Un murmullo suave escapó de los labios de Melisa cuando se giró en la cama, buscando el calor de ese cuerpo que ahora conocía tan bien.Sebastián dormía boca arriba, con un brazo bajo su cabeza y el otro extendido hacia ella, como si incluso en sueños necesitara tenerla cerca. Parecía más joven así, menos imponente. Más humano.Melisa lo observó en silencio por un momento. Su pecho subía y bajaba con calma, su expresión era serena. Como si aquella noche hubiera borrado todo el estrés de los días anteriores.Ella se estiró, sintiendo los músculos adoloridos y la piel sensible… pero viva. Llenamente viva.Se sentó al borde de la cama y miró la hora. No eran ni las siete.-- Demasiado temprano para lidiar con la realidad – murmuró.Buscó una de sus prendas, pero solo encontró la camisa de Sebastián tirada en el suelo. Se la puso con rapidez. Le quedaba grande, le cubrí
La fiesta de graduación estaba llena de luces cálidas y música emocionante, Melisa estaba de pie en la entrada como el hada de un cuento, atrayendo la mirada de todos.Llevaba un vestido de noche blanco tan ajustado que delineaba cada curva de su cuerpo, su cabello de color nogal le llegaba hasta la cintura, cubriendo el enorme escote de su espalda. Su piel blanca como la porcelana, y sus ojos, esos hermosos y rasgados ojos que tenían el magnetismo salvaje de una gata de un color que no podía definirse entre verde uva o celeste. Era el tipo de mujer que recordarías, incluso si solo la conocieras una vez en la vida.Se movía entre sus compañeros con una gracia que atraía miradas de asombro, se podía oír el murmullo de voces conocidas susurrando:-- Por dios mujer ¡Estás guapísima! –-- Esta tan hermosa que no la reconocí –-- Que ha hecho estos meses, la pandemia parece haberle favorecido –Melisa mostraba una leve sonrisa, su corazón estaba llenó de expectativas por su prometido Franc
Cuando Melisa despertó la luz le caía sobre una parte de la cara, todavía no llegaba a amanecer del todo, pero por una rendija de la cortina la luz se filtraba llegando justo a donde estaba ella.Melisa abrió un ojo y luego el otro, el techo que veía frente a ella era de un blanco insultante, su departamento no tenía los techos asi. El dolor de cabeza que sintió era proporcional al desastre que había sido su noche en la reunión.Se sentó lentamente, las sabanas cayeron mostrando su desnudes. A su lado un hombre dormía de espaldas,-- ¡Oh no! – quiso gritar, pero no pudo, las palabras no salían de su boca. Ella miró la habitación y se dio cuenta que no era su departamento y ese hombre obviamente no era Francisco.El tipo de espaldas era mucho más alto, mucho más atlético y por lo que podía recordar, estaba muy bien dotado.Su cabello oscuro completamente desordenado y su respiración tranquila le indicaban que seguía dormido.-- Me tengo que ir… ¿Qué carajo me pasó? – susurró nuevamente
El fin de semana fue un infierno para Melisa, pasó ambos días en la cama recordando lo que le hicieron Francisco y Sofia y recordando también la agradable manera como tomó venganza, pero no podía evitar pensar en cómo llegaría el lunes al trabajo.Por otro lado, Sebastian Novak no dejaba de pensar en la joven que estuvo con él, esa mañana al despertar y ver la nota con los billetes se sintió iracundo, lleno de furia por haber sido confundido con un gigolo, pero luego cuando encontró su billetera y supo que esos billetes eran suyos no pudo evitar sonreír por la audacia de la jovencita.El importante CEO quería a toda costa saber quien fue la mujer con la que pasó la noche, pero no había forma de hacerlo, el hotel tan lujoso donde estaba tenía una política clara de seguridad, no había cámaras en los pasillo y mucho menos en el bar. El hombre se jalaba los cabellos mientras esperaba que su asistente pase por él, era la ventaja de ser quien era, pues su asistente personal no tenía horario
Sebastian volvió a levantar la mirada con el ceño fruncido, había visto a la joven que postulaba para su secretaria por las cámaras, pero algo no estaba bien, ella parecía diferente ese día, se veía extraña.Luego movió la cabeza tratando de no pensar y volvió a bajar la mirada hacia los documentos que ella llevó, en el momento que su teléfono personal timbró.Melisa salió de la oficina como un misil humano, lo más rápido que pudo. Regresó a su cubículo y se dejó caer en la silla, tapándose el rostro con las manos.-- Ok… estoy segura de ese hombre sospecha de mí. Seguro me va a despedir. O peor… quizás como esas novelas en línea, me va a pedir una relación formal para evitar habladurías, tendré que casarme con él y tener cinco hijos con alguien que ni se acordaba de mi cara – se quejó en voz baja.-- ¿Está todo bien? – le preguntó una de las chicas que estaba cerca de ella.-- Perfectamente. Solo estaba considerando convertirme en monja – bromeo.El resto del día se la pasó evitando