A la mañana siguiente, Sebastián llegó temprano a la oficina, aunque no pudo concentrarse del todo. Tenía la imagen de Melisa riendo, hablando con sus abuelos, fingiendo con una naturalidad que lo confundía. No sabía en qué momento se había vuelto tan consciente de sus gestos, de su olor, de la forma en que cruzaba las piernas cuando se sentaba frente a él.
Melisa llegó unos minutos después, sin lentes y con el cabello suelto. Sebastián levantó la vista sin querer, y sintió una punzada en el estómago, se había quedado a propósito en el lobby para verla llegar.
-- Buenos días, señor Novak – lo saludó ella, con su voz habitual.
-- Buenos días, Hart – le respondió él, secamente.
Ella lo miró un segundo más de la cuenta, pero luego siguió su camino a su escritorio. Tal vez era mejor que las cosas volvieran a su lugar.
Tal vez...
Sin embargo, las cosas no tardaron en descontrolarse nuevamente.
Durante el almuerzo, Sebastián recibió una videollamada de su abuela.
-- ¡Sebastián! ¿Dónde está Melisa? –
-- En su escritorio, abuela. Trabajando. Como se supone que debe estar –
-- ¡Ah, no seas tan frío! Necesitamos que vengan a cenar el próximo sábado. Tus tíos estarán también, y todos quieren conocerla. Además, tengo más fotos de ustedes juntos. Mariel volvió a mandar otras... ¿puedes creerlo? –
-- ¿Qué? ¿Mandó más? –
-- Sí. Hay una donde tú estás mirando a Melisa como si se te fuera la vida en ello. Es hermosa. Ya la enmarqué – Sebastián cerró los ojos. Esto se estaba saliendo de control, debía llamar a Mariel y aclararla por completo, se estaba pasando de la raya y todavía no entendía ¿Por qué?
-- Déjame preguntarle abuela – dijo él, pero su abuela no esperó.
-- Ya lo hice yo cariño, solo que todavía no ha visto mi mensaje – Sebastian se arrepentía de haberles dado clase a sus abuelos para que aprendan a utilizar correctamente su teléfono, ahora debía interceptar el de Melisa, sino quería deberle otro favor.
-- Esta bien abuela, coordinaré con ella, pero… no se entusiasmen demasiado, no quisiera que se lleven una desilusión –
-- Esta bien hijo, voy a confiar en ti – le dice su abuela antes de cortar. Sebastián dejó el teléfono sobre el escritorio y se llevó ambas manos a la cabeza. Estaba atrapado. Literalmente. Pero él solo se metió en esto.
Y lo peor de todo...
Es que no estaba seguro de querer salir.
Al final antes de que Sebastian corriera a borrar el mensaje de su abuela en el teléfono de Melisa, ella ya lo había visto.
Meli sonrío al recordar lo agradable que lo pasó, pero no esperaba que Sebastian continue con esta farsa. Le daba pena negarse a la invitación de la abuela, pero lo mejor era decirle la verdad. Sin embargo, Sebastian no pensaba igual.
-- Te imaginas lo que pensaran si se enteran – Melisa era consciente de eso, pero ¿hasta cuando les iban a ocultar la verdad?
-- Si tanto te importan tus abuelos, deberías ser honesto con ellos – le dijo al verlo frente a ella. Las otras secretarias habían sido trasladadas a otros departamentos dentro de la empresa, ahora solo Melisa estaba a prueba en presidencia.
-- Lo voy a hacer, solo debo saber cómo – susurró.
-- ¿Entonces que piensas hacer? –
-- quieres que sea yo quien les cuente la verdad? –
-- No! No me refería a eso. ¿Es sobre el sábado? – Melisa suspiró, ella también dudaba en romperles el corazón a los abuelos.
-- Esta bien, iremos el sábado con ellos. Pero te advierto, debes decirles la verdad – él asintió agradecido, al menos tenía un poco más de tiempo…
-- No puedo creer que esté haciendo esto – susurró Melisa mientras alisaba el vestido frente al espejo del baño en la oficina.
Afuera, Sebastián la esperaba junto al auto con el motor encendido. Desde que había entrado en este ridículo juego para complacer a los abuelos de él, Melisa no lograba descifrar si estaba en una comedia romántica o una telenovela trágica. Porque fingir que eran pareja no solo la obligaba a ver a Sebastián más allá de su papel de jefe, sino también a enfrentar lo que aquella noche en la isla había vivido junto a él… su necesidad de sentirse deseada... y su atracción por él.
Sin embargo, por más que intentara convencerse de que era una actuación, lo cierto era que cada vez que Sebastián le tomaba la mano, o la miraba a los ojos su cuerpo la traicionaba, deseando, anhelando las caricias y los besos compartidos.
Sobre su relación con Francisco o el regreso de él con Mariel, ninguno de los dos tocaba el tema, parecía como si hubiesen hecho una tregua para no hablar de ellos y aunque no estaba del todo de acuerdo ella lo agradecía.
-- ¿Lista? – le preguntó él, abriéndole la puerta con una media sonrisa arrogante.
Melisa lo miró con gesto sarcástico, pero subió al auto sin responder. El trayecto hasta la casa de los Novak se sintió más largo de lo normal, a pesar de que ninguno dijo mucho. La tensión era tan espesa que podría cortarse con un cuchillo.
-- Recuerda que son adorables pero insistentes – le advirtió él al detenerse frente a la imponente mansión de sus abuelos. -- Y creen que tú eres… especial –
-- Yo soy especial en realidad – replicó ella, alzando una ceja. -- Especialmente cuando tengo que fingir ser tu noviecita – Sebastián dejó escapar una risa, pero no comentó nada más.
Los abuelos de Sebastián, don Santiago y doña Cata, eran la viva imagen del estereotipo encantador de pareja de abuelitos millonarios. Carismáticos, cálidos y absolutamente manipuladores si se trataba del futuro de su nieto.
Al ver a Melisa, la envolvieron en un abrazo doble mientras Sebastián observaba la escena con resignación.
-- ¡Esta es la muchacha de la foto! – exclamó la tía Blanca, emocionada. -- Es mucho más guapa en persona. ¡Elías, mira esos ojos! ¿No son como los de las hadas de las películas? – le dijo a su esposo mientras abrazaba a Melisa.
Melisa sonrió con educación, pero Sebastián pudo ver el rubor subiendo a sus mejillas. El abuelo Santiago y su tío Elías, le guiñaron un ojo al Sebastian, eso solo significaba que su tío también aceptaba a su “novia falsa”
-- Te felicito, chico. Pensamos que no ibas a sentar cabeza nunca – dice el tío Elías. Melisa apenas reprimió una carcajada al ver cómo Sebastián se aclaraba la garganta y desviaba la mirada.
La cena fue otro espectáculo para recordar. La abuela Cata junto a la tía Blanca no paraban de hacerle más preguntas a Melisa, desde cómo se habían enamorado hasta qué tipo de flores le gustaban a ella, lo que parecía una planeación de boda encubierta. El tío Elías junto a su abuelo intercalaban chistes subidos de tono que hacían reír a Melisa, mientras Sebastián empezaba a preguntarse si esto había sido una buena idea.
Pero la mejor parte vino después del postre, igual que la vez pasada.
-- Tenemos algo importante que decirles – anunció doña Cata, posando la servilleta sobre la mesa. -- Y queremos que lo tomen en cuenta con seriedad – ambos se enderezaron. Sebastián sintió el peso de la mirada de su abuelo clavarse como cuchillas.
-- No vamos a durar para siempre – les dijo el tío Elías, sin rodeos. -- Y antes de irnos, queremos ver a nuestros queridos Cata y Santiago realizados, para eso deben pensar en su boda, queremos que Sebastian encuentre a alguien que lo ame –
-- Que lo haga reír – dijo la tía.
-- Que lo aguante – dijo la abuela.
-- Y tú, Melisa, pareces tener madera para eso – dijo el abuelo.
Sebastián tosió, Melisa se atragantó con el vino y la velada tomó un giro peligroso.
-- No es necesario que sea ya mismo, claro – añadió sonriendo como una ayuda la tía Blanca,
-- Pero si están pensando en vivir juntos… no se resistan. ¡Háganlo! A su edad todo es tan efímero… todo es normal –
-- ¿Vivir juntos? – repitió Melisa, mirando a Sebastián con los ojos bien abiertos. Estaba segura de que pronto su jefe debía decir la verdad. Él le devolvió la mirada con pánico disfrazado de serenidad.
-- Le prometo que lo hablaremos con calma – intervino, bebiendo un sorbo de vino. -- Gracias por su… entusiasmo –
Al despedirse, Sebastián subió al auto sin decir una palabra. Melisa entró detrás, aún procesando lo que acababa de pasar.
-- ¿Vivir juntos? – repitió, ya dentro del auto Melisa. -- ¿Ahora qué sigue? ¿Hijos por correspondencia? –
-- No empieces – le dijo él, pasándose la mano por el cabello. -- Fue tu culpa. Tú fuiste demasiado encantadora –
-- ¡Yo solo fui educada! – exclamó Melisa mortificada. -- ¡No me puse a planear una luna de miel falsa! –
Él frenó de golpe frente al semáforo.
-- ¿Y si fuera real? –
Ella se quedó en silencio, no había pensado en eso… sin embargo no le desagradaba la idea.
El semáforo cambió a verde y Sebastián arrancó sin decir más. Melisa lo miró de reojo, todavía desconcertada, pero decidió no preguntar. No ahora.
El lunes por la mañana, la oficina parecía un mundo aparte. Sebastián estaba distante, frío, volviendo a ese jefe inalcanzable que Melisa había conocido los primeros días. Pero ella no podía ignorar que había algo más. No era solo profesionalismo... era tensión. Una tensión que crecía más y más dentro de él.Ese día, mientras organizaban unos documentos en la sala de reuniones, sus manos se rozaron.Melisa se alejó un paso, consciente del estremecimiento que la recorrió.-- No deberías seguir jugando con fuego – le dijo sin mirarlo.-- ¿Y si me gusta quemarme? – le respondió él, con voz ronca.Melisa giró para encararlo. La cercanía era peligrosa. Sus labios estaban a centímetros. Él levantó la mano, apenas rozando su mejilla. Y entonces la puerta se abrió, era Daniel, su asistente.-- Sebastián, hay una llamada urgente de tu ex… Mariel – le informó. La burbuja explotó. Melisa se alejó de inmediato. Sebastián, molesto, asintió y se fue sin decir nada, él mismo había estado llamando a
Una vez dentro, doña Cata se acomodó en la cabecera de la mesa como si estuviera en la mansión Novak, cruzando las piernas y retirándose las gafas. Don Santiago se sentó junto a ella, mientras Melisa y Sebastián tomaban lugar al frente, uno al lado del otro, como si fueran a presentar un balance trimestral… o anunciar su compromiso.--Bueno, expliquen – le dijo Cata directamente. -- Queremos saber cómo va su relación en este entorno tan... corporativo. ¿Se ven mucho? ¿Comen juntos? ¿Toman café? ¿Tienen nombres secretos por interno? –--Abuela… —Sebastián respiró hondo, sin saber si reír o llorar. -- Estamos en horario laboral –--Y por eso mismo queremos ver cómo se manejan. Queremos asegurarnos de que esto no es solo un capricho pasajero – añadió Santiago, sonriéndole a Melisa como si ella fuera la última galleta de la caja.Melisa sintió que le ardían las mejillas. Quiso hablar, pero Sebastián la interrumpió, poniéndole una mano sobre la suya, un gesto que confundió incluso a él mis
Melisa obedeció, y solo cuando la puerta se cerró detrás de ella, Sebastián se dejó caer en su silla con un largo suspiro.-- No puedo creer lo que acaban de hacer –-- Tus abuelos son una hermosa arma de destrucción masiva – le dijo Melisa, quien se dejó caer en la silla frente a él. -- ¿Cómo se les ocurrió aparecerse aquí? –-- No tengo idea. Pero me queda claro que no se tragaron nuestra farsa – gruñó él y Melisa suspiro dudosa.-- ¿Estas seguro de eso? – él asintió.-- No solo eso. Ellos vinieron a propósito solo para lanzarnos al ruedo como si fuéramos una pareja oficial. Y ahora… todos lo creen. Al final se salieron con la suya – dijo él y Melisa abrió los ojos pensando que ese par de ancianos era más peligroso que su nieto.Sebastián se frotó la frente con un gesto cansado.-- Ahora no podemos desmentirlo sin hacer el ridículo. Y si lo negamos, ellos volverán con más fuerza –Melisa lo miró, sin decir nada. El ambiente estaba cargado. No solo de rumores y nerviosismo, sino tamb
Sebastián no soportaba la espera.Miró por décima vez la pantalla de su celular. Ningún mensaje. Ninguna llamada. Ninguna señal.Había salido a buscar a Melisa en su cubículo, pero no la había encontrado, estaba desesperado imaginando lo peor. Se levantó de golpe, empujando la silla hacia atrás con tanta fuerza que la hizo chirriar contra el suelo.-- Basta – murmuró para sí mismo.No iba a quedarse allí como un idiota, mirando el teléfono, mientras ella se deshacía por su culpa. Si la había hecho sentir como una opción, si la había dejado creyendo que no le importaba… entonces era su responsabilidad buscarla. Enfrentarla. Escucharla. Pedir perdón.Salió de allí a paso firme.Conforme avanzaba los murmullos se apagaban a su paso. Todos notaban su expresión decidida, como una tormenta contenida en un traje de lujo hecho a medida. Su mirada buscaba la de Melisa, su ritmo apurado lo decía todo.--¿Han visto a Melisa? – le preguntó a todo aquel que se cruzaba en su camino, sin detenerse.
El sol comenzaba a colarse tímidamente entre las cortinas de la habitación, bañando de luz cálida las sábanas revueltas. Un murmullo suave escapó de los labios de Melisa cuando se giró en la cama, buscando el calor de ese cuerpo que ahora conocía tan bien.Sebastián dormía boca arriba, con un brazo bajo su cabeza y el otro extendido hacia ella, como si incluso en sueños necesitara tenerla cerca. Parecía más joven así, menos imponente. Más humano.Melisa lo observó en silencio por un momento. Su pecho subía y bajaba con calma, su expresión era serena. Como si aquella noche hubiera borrado todo el estrés de los días anteriores.Ella se estiró, sintiendo los músculos adoloridos y la piel sensible… pero viva. Llenamente viva.Se sentó al borde de la cama y miró la hora. No eran ni las siete.-- Demasiado temprano para lidiar con la realidad – murmuró.Buscó una de sus prendas, pero solo encontró la camisa de Sebastián tirada en el suelo. Se la puso con rapidez. Le quedaba grande, le cubrí
La fiesta de graduación estaba llena de luces cálidas y música emocionante, Melisa estaba de pie en la entrada como el hada de un cuento, atrayendo la mirada de todos.Llevaba un vestido de noche blanco tan ajustado que delineaba cada curva de su cuerpo, su cabello de color nogal le llegaba hasta la cintura, cubriendo el enorme escote de su espalda. Su piel blanca como la porcelana, y sus ojos, esos hermosos y rasgados ojos que tenían el magnetismo salvaje de una gata de un color que no podía definirse entre verde uva o celeste. Era el tipo de mujer que recordarías, incluso si solo la conocieras una vez en la vida.Se movía entre sus compañeros con una gracia que atraía miradas de asombro, se podía oír el murmullo de voces conocidas susurrando:-- Por dios mujer ¡Estás guapísima! –-- Esta tan hermosa que no la reconocí –-- Que ha hecho estos meses, la pandemia parece haberle favorecido –Melisa mostraba una leve sonrisa, su corazón estaba llenó de expectativas por su prometido Franc
Cuando Melisa despertó la luz le caía sobre una parte de la cara, todavía no llegaba a amanecer del todo, pero por una rendija de la cortina la luz se filtraba llegando justo a donde estaba ella.Melisa abrió un ojo y luego el otro, el techo que veía frente a ella era de un blanco insultante, su departamento no tenía los techos asi. El dolor de cabeza que sintió era proporcional al desastre que había sido su noche en la reunión.Se sentó lentamente, las sabanas cayeron mostrando su desnudes. A su lado un hombre dormía de espaldas,-- ¡Oh no! – quiso gritar, pero no pudo, las palabras no salían de su boca. Ella miró la habitación y se dio cuenta que no era su departamento y ese hombre obviamente no era Francisco.El tipo de espaldas era mucho más alto, mucho más atlético y por lo que podía recordar, estaba muy bien dotado.Su cabello oscuro completamente desordenado y su respiración tranquila le indicaban que seguía dormido.-- Me tengo que ir… ¿Qué carajo me pasó? – susurró nuevamente
El fin de semana fue un infierno para Melisa, pasó ambos días en la cama recordando lo que le hicieron Francisco y Sofia y recordando también la agradable manera como tomó venganza, pero no podía evitar pensar en cómo llegaría el lunes al trabajo.Por otro lado, Sebastian Novak no dejaba de pensar en la joven que estuvo con él, esa mañana al despertar y ver la nota con los billetes se sintió iracundo, lleno de furia por haber sido confundido con un gigolo, pero luego cuando encontró su billetera y supo que esos billetes eran suyos no pudo evitar sonreír por la audacia de la jovencita.El importante CEO quería a toda costa saber quien fue la mujer con la que pasó la noche, pero no había forma de hacerlo, el hotel tan lujoso donde estaba tenía una política clara de seguridad, no había cámaras en los pasillo y mucho menos en el bar. El hombre se jalaba los cabellos mientras esperaba que su asistente pase por él, era la ventaja de ser quien era, pues su asistente personal no tenía horario