84.
— Creo que es mejor que hablemos en un lugar más cómodo — dijo el transformista.
Señaló una puerta a la derecha. Caminó hacia ella, la abrió, y todos entramos uno a uno, ya que era una puerta relativamente estrecha.
Entramos a un salón que era completamente diferente a todo lo que habíamos visto dentro del aquelarre. Era amplio, con un enorme tragaluz de forma redonda en el techo que dejaba entrar la blanca luz de la tormenta eterna que azotaba la montaña sobre nuestras cabezas. Había muebles tapizados con cojines de plumas y una enorme chimenea que calentaba todo el hogar.
Lo primero que hice cuando llegué fue caminar directamente hacia un pequeño cojín en el suelo, que había junto a la chimenea, y me senté sin siquiera pedir permiso. Estaba agotada y tenía tanto frío que no pude evitar dejar escapar un poco el aire cuando aquella sensación cálida me reconfortó.
Todos nos acomodamos en el lugar. Axel, el transformista, se sentó en un amplio escritorio de madera brillante y pulida y