Rosalina tembló de miedo.
Cada músculo de su cuerpo estaba rígido, y su respiración se volvió entrecortada, como si el aire mismo la abandonara.
Negó una y otra vez con desesperación, levantando las manos en un gesto inútil de defensa.
—¡Es inventado! —exclamó, la voz temblorosa—. ¡No crean en esto! ¡No digan que es verdad!
Pero Aníbal rodó los ojos con una mezcla de incredulidad y desdén.
Su paciencia se había agotado. Cada segundo que pasaba, Rosalina seguía mintiendo, intentando manipular la verdad y arrancar a Mia de la justicia que merecía.
—Ese video es verdad —dijo Aníbal, con la voz firme y cortante—. Entregaré el original para que sea analizado. Fue un maldito accidente, Rosalina, pero tú querías hundir a Mia e hiciste todo esto con tus propias manos.
Mia permaneció inmóvil, sus ojos grandes y brillantes mirando a Aníbal con una mezcla de sorpresa y alivio. No podía creer que él estuviera allí, defendiendo su nombre, sosteniéndose firme frente a las acusaciones que habían int