Ricardo intentó alcanzar a Bethany, que se alejaba con la mirada llena de rabia y decepción.
—¡Bethany, espera, por favor! —suplicó, sin aliento, con el rostro desencajado por el pánico.
Pero fue inútil. Ella ya no lo escuchaba.
Dentro del salón, Ernestina giró hacia su madre, los ojos llenos de incredulidad y dolor.
—¡¿Cómo es posible esto, mamá?! —gritó, como si acabara de recibir una puñalada.
Rebeca mantuvo la calma, pero su voz cortó el aire como un látigo.
—¡Basta, Ernestina! —espetó—. Esto es culpa de Bethany. Ella se negó a darnos un heredero. Siempre puso excusas, siempre se hizo la digna… Pero ahora, por fin, ya tenemos uno.
Ernestina abrió los ojos con furia, señalando a Dhalia, que temblaba en un rincón como una sombra.
—¿¡Con esa zorra!? —escupió, fuera de sí.
—¡Cállate! —rugió su madre—. Zorra o no, ella es nuestra única salvación. ¿O quieres ver esta familia destruida? ¿Sumida en la ruina? ¿O prefieres ver a tu padre girando en su tumba?
—¡Madre! —gimió Ernestina—. ¡Te d