Abril subió al auto de Amadeo, temblando todavía de adrenalina.
Las luces de la calle pasaban como destellos, como si el mundo girara demasiado rápido para detenerse en lo que acababa de ocurrir. Se sujetó el vientre con una mano, como si ese simple gesto pudiera protegerla de todo lo que vendría.
—Hubieses visto su cara… —dijo de pronto, con una sonrisa que apenas lograba ocultar su temblor—. Ese hombre está en problemas.
Amadeo desvió la mirada del camino para verla, esa chispa rebelde en sus ojos. Puso una mano sobre su muslo y la apretó con suavidad, queriendo calmarla, o tal vez tranquilizarse él mismo.
—Lo hiciste bien. Ya no hay vuelta atrás. —Tomó aire, como si se preparara para saltar al vacío—. ¿Estás lista para enfrentar a mi familia?
Abril sintió que el aire se le iba por un segundo. Su pecho se contrajo. Por un instante, el miedo le apretó las costillas con una fuerza invisible, cruel.
—Hoy voy a decirles la verdad. Que tú eres mi mujer… —hizo una pausa, cargada de promesa