Abril no pudo más. El asco, la rabia y el miedo se le agolparon en el pecho como una tormenta a punto de estallar.
Con un impulso visceral, le dio una fuerte rodilla en sus partes nobles.
Gregorio lanzó un chillido ahogado, doblándose de dolor, y en ese instante, Abril alzó la mano y lo abofeteó con todas sus fuerzas, dejando una marca roja en su mejilla.
Luego escupió frente a él, con el rostro encendido de furia.
—¡Me das asco, Gregorio! —gritó con voz rota, temblando de rabia—. ¡Cómo pude amarte alguna vez…!
En ese momento, al alzar la mirada, lo vio. Amadeo.
Parado en la puerta del probador, con los ojos abiertos de par en par, como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Su pecho subía y bajaba con violencia.
—¡Amadeo…! —murmuró Abril, sintiendo cómo se le helaba la sangre.
Gregorio giró la cabeza, aún aturdido por el golpe, pero no tuvo tiempo de reaccionar.
El puño de Amadeo le cayó con fuerza en el rostro, con una furia contenida que estalló como volcán.
Gregorio cayó al suel