Jessica irrumpió en la tienda como una tormenta. Sus tacones resonaron con furia sobre el mármol y sus ojos se clavaron en Abril con el filo de mil cuchillas.
—¿Qué haces aquí? —escupió con veneno, sin disimulo—. ¡Quítate ese vestido ahora mismo, porque no te queda! No eres una novia… ¡Eres una mujer abandonada! ¡Olvidada! ¡Una desgraciada con delirios de grandeza!
Abril se giró con calma, mirándola por encima del hombro, y una sonrisa burlona curvó sus labios.
—Ay, Jessica… ¿De verdad viniste hasta aquí solo para hacer el ridículo? —rio con desdén—. ¿No prefieres usar el vestido que yo llevé en mi boda con Gregorio? Ya te quedaste con todo lo mío, ¿no? Ah, perdón… es cierto, estaba en la casa que yo demolí, ¿verdad?
Jessica tembló. No sabía si era por rabia o por la inseguridad que Abril siempre lograba despertar en ella, como un espejo que reflejaba todas sus carencias. Dio un paso más, decidida a no dejarse humillar.
—¡Eres una maldita! ¡Una desquiciada! Gregorio me ama a mí, no a t