Mia lo miró, y en lo más profundo de su ser, un escalofrío la recorrió.
Sentía un asco visceral, tan hondo que tuvo que contener el impulso de apartar su mano de inmediato.
¿Cómo podía tener el descaro de pedirle eso?
La indignación le quemaba el pecho, pero al mismo tiempo, como un látigo envenenado, regresaban a su mente los rostros de los Dubois.
Esa familia que, con todas sus sombras y cicatrices, había abierto un lugar para ella. Esa familia que había salvado su vida, dándole un refugio, un nombre, una segunda oportunidad.
No podía permitir que Mario destruyera lo que tanto trabajo les había costado conservar.
Así que respiró profundo, enderezó la espalda y, como si se enfundara en una máscara impecable, sonrió con perfección calculada.
Su voz no tembló, aunque por dentro se estuviera partiendo.
—Esta noche… seré tuya.
El brillo en los ojos de Mario fue inmediato, como el de un niño que recibe un regalo inesperado. Había emoción, triunfo, un deseo contenido que por fin creía tene