137. Aclarando un malentendido
Apenas cierro la puerta de mi oficina y me dejo caer en la silla, suena el teléfono.
No necesito adivinar mucho para saber quién es. Lo presiento. Me lo imagino con claridad. Solo hay una persona en esta empresa que no puede contenerse ni medio segundo ante un chisme fresquecito: Vanessa.
Respiro hondo y levanto el auricular.
—¡Miriam! —exclama su voz, tan cargada de drama que casi puedo verla del otro lado con las cejas arqueadas y una mano sobre el pecho.
—Hola, Vanessa —respondo con resignación divertida.
—¡¿Qué está pasando?! —pregunta de inmediato, sin preámbulos—. ¿Cómo es qué el director de Recursos Humanos y hermano del CEO, miembro de una de las familias más poderosas del país, te ha regalado una rosa?
Pongo los ojos en blanco y suelto una carcajada.
—¡Ay, por favor! ¿Y eso te sorprende? ¿Acaso no tengo todo lo que se necesita para robarle el corazón a un millonario? Mira este encanto natural, esta sonrisa que derrite, estas curvas bien puestas por obra divina. Yo nací