175. A un paso de la claridad
Nunca me han gustado los lugares que huelen a expectativas, y la redacción de la revista es exactamente eso.
Apenas cruzo las puertas de cristal, siento una incomodidad suave pero persistente, como un vestido que no termina de quedar bien. La recepción es amplia, luminosa, demasiado pulcra. Las paredes exhiben portadas enmarcadas: mujeres impecables, seguras, poderosas. Mujeres que parecen no dudar nunca de su lugar en el mundo.
Yo sí.
Digo mi nombre en voz baja, casi como si pedir permiso fuera todavía un reflejo difícil de abandonar. La recepcionista sonríe de inmediato, más de lo necesario.
—El señor Whitmore está esperándola —dice, levantándose—. Por favor, acompáñeme.
No tengo ni tiempo de acomodar el bolso en mi hombro cuando un ejecutivo aparece al final del pasillo. Alto, elegante, con ese entusiasmo nervioso que solo tienen quienes aman profundamente lo que hacen.
—¡Miriam Douglas! Por fin —dice, estrechándome la mano con calidez—. Soy Edward Whitmore, director editoria