Sergio se detuvo sin preguntar nada.
—No pasa nada, subamos —dije.
En la oscuridad, bajé la cabeza mientras recordaba a la persona junto al coche.
Pensé que no sabría que vivía aquí, después de todo el edificio iba a ser demolido, pero aparentemente lo sabía y por eso había venido.
Aunque, ¿qué sentido tenía venir ahora?
Sergio subía a toda prisa, de dos escalones en dos.
—Abre —dijo con la respiración algo agitada.
Saqué de inmediato las llaves y abrí. Apenas entramos me sentó sobre el zapatero y me miró.
En la oscuridad, sus ojos eran como el mar nocturno, profundos y misteriosos, como si pudieran absorberme en cualquier momento.
Tragué saliva por un momento y antes de que pudiera hablar, me besó.
—Sasa, ahora soy tuyo, haz lo que quieras —susurró mientras se quitaba con agilidad la chaqueta y se aflojaba el cuello.
Si antes era yo la salvaje y urgente junto al coche, ahora era precisamente él.
Pero ya no me sentía igual, ese momento de intensidad había pasado y ya no podía recrearse