—¡Uy hola guapa! —Alberto me saludó con una sonrisa pero de burla.
—Te he esperado casi una hora. La jefa llegó tarde hoy —dijo, agitando el reloj en su muñeca.
Me esforcé por contener mi enojo mientras me acercaba. Hoy no llevaba tacones sino que tennis, necesitaba dejar descansar mis pies.
—¿No se siente usted bien hoy, señorita? —el mocoso tenía buen ojo, había notado algo raro.
Mi paso seguro vaciló por un momento, incómoda.
No podía seguirle el juego, así que me senté frente a él con firmeza:
—Dime, ¿qué quieres?
Ignorando mi pregunta, insistió:
—¿No durmió bien anoche?
Este mocoso parecía saber algo, cada vez más directo.
Me enderecé incómoda.
—Si tienes algo que decir, dilo. Si no, lárgate antes de que llame a la policía por acoso.
—Jeje —rio Alberto—. Todavía me guardas rencor.
—Deja de dar vueltas, ¿qué quieres? —ya tenía el teléfono en la mano.
—Quiero conquistarte —Alberto sonrió.
No mostré enojo porque sabía que fingía querer conquistarme; su verdadera intención era provoca