En una sala apartada, Margarette giraba lentamente su copa de vino, observando cómo el líquido carmesí formaba remolinos sobre el cristal. Frente a ella, Lola permanecía de pie, nerviosa, moviendo las manos como una niña que teme un castigo.
—¿Sabes lo que significa esto, verdad? —preguntó Margarette al fin, sin mirarla.
Lola tragó saliva.
—Que fallamos.
—Exacto. —Margarette levantó la vista, su voz tan serena como afilada—. Y ella no perdona los fracasos.
—Yo no tuve nada que ver con el secuestro —se defendió Lola, dando un paso atrás—. Solo seguía tus instrucciones.
Margarette se levantó, apoyando la copa en la mesa con un golpe seco.
—Mis instrucciones eran simples: mantener a Eliot distraído y controlar a Ivana. No era tan difícil, ¿verdad? Pero en lugar de eso, la niña perfecta desapareció, fue rescatada y ahora Dante está más furioso y decidido a acabar con todo.
Lola temblaba, pero trató de mantener el rostro calmado.
—No es mi culpa si ese hombre la ama tanto que no la deja m