42. Pov Dan

Me quedé en la oscuridad de la cocina mucho después de que la luz del pasillo se apagara. Anne respiraba en su cuarto, y el tic-tac del reloj parecía un latido más en el silencio. Tenía el teléfono en la mano, el video todavía abierto; me lo miré como quien repasa una herida. Y esa imagen de Fernández encima de ella no se me iba de la cabeza. No importaba cuántas veces la viera: la sensación era la misma, cruda, caliente, una rabia que no sabía domesticar.

Me levanté sin pensar y fui directo a la oficina, y me senté frente a la computadora. Quería hacer algo. Quería que ese hijo de puta sintiera algo parecido a lo que había sentido ella: miedo, exposición, la certeza de que ya no podía esconderse. Abrí la pantalla y me senté; la casa seguía en silencio y yo sentí la necesidad física de moverme, de hacer que la furia tuviera un canal. Tecleé sin rumbo al principio, más por impulso que por plan. Ver las líneas en la pantalla me calmaba un poco; la furia se transformaba en un zumbido mec
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