Los Ángeles, California; año 2000.
—¡El primer lote! —gritan con vehemencia y un estruendo desollador—. ¡El primer lote del día acaba de llegar!
Ignoro eso y tecleo ojeando el monitor.
Las cifras crecieron estratosféricamente este mes y la hacienda ha producido en masa alimentos hortícolas y ganaderos que ha abastecido todo el oeste de Estados Unidos y el norte de México, sin contar los ejemplares exóticos exportados a Europa.
Los animales del naufragio que llegaron en jaulas doradas al predio.
Animales jóvenes que le dieron a la empresa una ganancia superior a la del mes pasado.
—¡Ey¡, ¿no vas a ir a ver el nuevo lote? Tal vez haya algo que te interese.
El mexicano abre la puerta del despacho en donde trabajo y entra sin más, cruzando la oficina para irse directo al bar de donde saca un tequila añejado.
—No —giro en mi silla y me lo quedo viendo de mala manera.
Destapa la botella, echándose un trago largo que acaba con un gruñido.
—No sabes lo que te pierdes —sonríe enseñándome entre