Marco se detuvo por un momento, como si quisiera capturar ese sonido y guardarlo en su memoria. Sus ojos se iluminaron con algo que parecía genuina fascinación.
—Ahí está —murmuró, su mirada fija en sus labios curvados—. La mujer que se esconde detrás de los informes y las agendas.
El aliento cálido de sus palabras se deslizó por su cuello como una caricia líquida, creando un sendero de sensaciones que bajó por su columna vertebral y se instaló en su vientre como un fuego que pulsaba al ritmo de la música. Lucía sintió cómo se le erizaba la piel, cómo cada poro de su cuerpo despertaba a sensaciones que había mantenido dormidas durante demasiado tiempo.
Fue entonces cuando sucedió.
Con un movimiento que parecía la cosa más natural del mundo, Marco deslizó su brazo alrededor de su cintura y la atrajo hacia él. No fue brusco ni posesivo; fue como el fluir inevitable del agua hacia el mar, como la atracción magnética entre dos fuerzas opuestas destinadas a encontrarse.
Sus cuerpos se enco