Minutos después permanecían en silencio, sus tazas de café convertidas en altares fríos de una ceremonia interrumpida. Lucía removía el azúcar con movimientos mecánicos, hipnóticos. La cucharilla tintineaba contra la porcelana con un ritmo que parecía marcar el tiempo de sus pensamientos.
Daniel observaba el vapor que ya no salía de su taza. El café se había enfriado, como todo lo demás en su vida. Pero no podía beber. Su garganta se había cerrado, convertida en un túnel estrecho por donde apenas pasaba el aire.
Cada sorbo que Lucía tomaba era una pequeña eternidad. Sus labios tocaban el borde de la taza con una delicadeza que él encontraba hipnótica. Como si cada gesto fuera una promesa, una confirmación silenciosa de que estaba dispuesta a caminar junto a él por este sendero de espinas.
El azúcar se disolvía lentamente, creando espirales doradas en el líquido oscuro. Como galaxias minúsculas naciendo y muriendo en el universo de porcelana.
La cafetería 'El Milano' era un ecosistema