Daniel le mostró el teléfono. El gesto fue simple, pero cargado de significado. Era como extender una mano en medio de un naufragio, como compartir el último pedazo de pan antes de una hambruna.
La pantalla se convirtió en una ventana hacia su destrucción mutua. La luz azul del dispositivo iluminó sus rostros desde abajo, creando sombras dramáticas que los hacían parecer personajes de una tragedia griega.
Lucía se inclinó ligeramente hacia adelante, su cuerpo formando una línea elegante que hablaba de años de postura perfecta y disciplina personal. Pero ahora esa elegancia se quebraba ligeramente, como una estatua de mármol que muestra su primera grieta.
Sus manos se acercaron instintivamente, no para tocar el teléfono, sino para estar cerca de él, para crear una conexión física que pudiera servir como ancla en medio de la tormenta emocional que se aproximaba.
El aroma de su perfume —jazmín y sándalo— se intensificó ligeramente con la adrenalina que corría por sus venas, creando una f