El espejo del baño ejecutivo reflejaba una mujer que Lucía no reconocía. Ojos hinchados, labios mordidos hasta sangrar, manos que temblaban como hojas en una tormenta. La humillación se había instalado en su pecho como una piedra caliente, irradiando ondas de dolor que la atravesaban desde las costillas hasta la garganta.
“Ingenua. Estúpida. Desesperada.”
Las palabras se repetían en su mente como un disco rayado, cada una más cortante que la anterior. Había sido tan ciega, tan hambrienta de sentirse deseada, que había devorado cada migaja de atención que Marco le ofrecía. Cada coqueteo calculado, cada "casi beso" coreografiado, cada momento de tensión sensual que ahora se desmoronaba como castillos de arena.
Sus dedos se aferraron al borde del lavabo de mármol, nudillos blancos contra la superficie pulida. Daniel Márquez. El nombre sabía a ceniza en su boca. Todo este tiempo, el CEO frío e inalcanzable había estado riéndose de ella desde las sombras, observándola derretirse en los bra