39.
SOPHIE
Despierto con la sensación incómoda de haber cruzado un límite invisible. No es culpa inmediata, no todavía. Es algo más físico, más sutil: el peso del aire, la conciencia de mi propio cuerpo en una cama que no es la mía, el recuerdo de unas manos que conozco demasiado bien como para fingir que fueron ajenas. El silencio de la habitación no me calma; me expone. Me obliga a recordar cada segundo sin la posibilidad de distraerme con ruido.
Me quedo mirando el techo largo rato, hasta que el amanecer empieza a filtrarse por la ventana. No me muevo. Respiro despacio. Intento ordenar pensamientos que no quieren alinearse. Anoche no fue impulsivo, no del todo. Tampoco fue planeado. Fue… inevitable, dice una parte de mí. Imperdonable, responde otra.
Me incorporo al fin, con cuidado, como si el movimiento pudiera romper algo que todavía no termino de entender. Del otro lado de la cama no hay nadie. El hueco que dejó Chris sigue tibio, y ese detalle mínimo me sacude más que si lo encontr