33.
SOPHIE
El día siguiente. El colapso. La huida. La protección. Y lo que empieza a nacer entre las grietas.
Nunca pensé que el silencio de una casa pudiera sentirse tan tenso, tan lleno de electricidad contenida, como si las paredes supieran algo que yo todavía no entiendo del todo. Me despierto con una pesadez que no puedo sacudirme, con la sensación de que la noche se fragmentó en pedazos irregulares, ninguno lo suficientemente amplio como para darme descanso real. Siento la garganta reseca, la cabeza espesa, el cuerpo más agotado que cuando me acosté. Quizás no dormí: quizá solo cerré los ojos y me dejé arrastrar por pensamientos que no supe cómo controlar.
Max respira a mi lado, acurrucado contra mi brazo, con su cabello revuelto cubriéndole la frente, ajeno al torbellino que me sacude desde adentro. Lo miro dormir y siento esa mezcla conocida de ternura casi dolorosa y un terror profundo que nunca desaparece del todo, un miedo que nació ocho años atrás y que aún hoy vive bajo