28.

CHRIS

El primer sonido que me despierta es mi propia respiración. No sé cuánto dormí, pero la habitación parece suspendida en un silencio tan frágil que cualquier movimiento podría romperlo. Tardo unos segundos en recordar dónde estoy, qué pasó, por qué mi pecho late con ese ritmo irregular que no siento desde hace años.

Y entonces la veo.

Sophie está a mi lado, de espaldas, con una de mis camisetas puesta, la tela arrugada en la cintura, el cabello desordenado sobre la almohada. Respira profundo, como si el sueño fuera lo único que le concede algo de paz. Aun así, incluso dormida, carga una tensión que yo distinguiría entre miles: los hombros elevados, la mandíbula apenas apretada, los dedos enroscados en la manta como si se aferrara a algo invisible.

Me incorporo un poco sin hacer ruido, apoyando la espalda contra el cabecero. Siento el cuerpo pesado, no por cansancio, sino por la avalancha de pensamientos que me cae encima apenas abro los ojos.

¿Qué hice?

¿Qué hicimos?

Anoch
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