La boutique de lujo en el corazón de la ciudad estaba en silencio, impregnada solo del aroma de perfumes costosos y la suave música clásica que flotaba en el aire. Pero la tranquilidad se rompió en un instante.
“¿¡Cómo que todas mis tarjetas fueron rechazadas!?” La voz de la señora Vivian retumbó con fuerza, resonando en la sala revestida de mármol.
La cajera se estremeció. “Lo siento, señora… intentamos con sus tres tarjetas. Cada transacción fue rechazada por el sistema del banco.”
“¡Soy una clienta VIP! ¡Llevo más de veinte años comprando aquí! ¡Inténtalo otra vez!” gritó, golpeando el mostrador con su mano adornada con diamantes.
La cajera dudó, pero pasó la tarjeta una vez más. El resultado fue el mismo.
“Lo siento, señora. Sus cuentas… parecen estar congeladas.”
Las cabezas se giraron. Varios clientes miraron hacia ella; algunos ya tenían sus teléfonos en alto, grabando. Las mejillas de la señora Vivian se tiñeron—no de rabia, sino de vergüenza.
Frunciendo el ceño, sacó su teléf