Capítulo veinticuatro.

Maldita sea Arturo y las ganas de querer ir a una gala.

Pensé que había terminado con esa etapa después de volver de New York, ya que con Max si era evidente que debía meterme en ese tumulto de gente con deliradas cifras en el banco y teniendo de todo menos algo: humildad. Todas esas personas producen en mi un mal estar en el estomago. Si soy honesta, no quería volver a eso. La primera gala a la que había asistido terminó siendo un gran desastre.

No, esas fiestas no son para mi. Mucho menos después de haber entrenado todo el día y ya apenas siento los dedos de mis pies.

Recorro mi habitación en bata mientras estoy en debate de que vestido usar. Tengo tres y apenas recuerdo si me siguen entrando. Respiro hondo viendo las prendas encima de la cama.

Dedico demasiada atención al del medio. Uno negro con tirantes y abertura en una de las piernas.

—Vamos por ti, campeón.

Lo tomo de la percha donde cuelga. Con delicadeza entonces me lo coloco con unos tacones plateados. Tengo que fruncir los
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