El bosque guardaba silencio, como si hasta el último ser viviente contuviera la respiración. Valeria se mantenía agachada entre la maleza, con los sentidos agudizados hasta el dolor. Su vientre, ahora visiblemente abultado, le recordaba todo lo que estaba en juego. A su lado, Damián permanecía inmóvil, comunicándose con ella solo a través de miradas y gestos sutiles que habían perfeccionado durante las últimas semanas.
Los exploradores habían regresado al amanecer con la noticia: una avanzada de la manada de Víctor, su esposo, se acercaba por el flanco este. No era toda la manada, sino un grupo de reconocimiento, pero suficientemente numeroso para representar una amenaza real.
—Quince lobos —había informado Mateo, el más joven de los exploradores, con la voz entrecortada por el esfuerzo de haber corrido kilómetros para dar la alarma—. Armados y transformándose intermitentemente. Rastrean algo... o a alguien.
Damián y Valeria intercambiaron una mirada que contenía todo un diálogo silen