Narrador
El SUV negro se deslizaba por las calles mojadas de la madrugada, dejando atrás el taller abandonado, ahora una silueta humeante bajo la lluvia. Dentro, el aire era denso, cargado con el olor acre a papel quemado y la tensión de una huida a contrarreloj. Alonso, al volante, tenía la mandíbula apretada, sus ojos fijos en la carretera, mientras Martina, a su lado, hacía llamadas frenéticas desde un teléfono satelital.
—El jet privado está listo en el aeródromo privado de Barajas —dijo Martina, su voz fría y calculadora, a pesar del temblor apenas perceptible en sus manos—. La Fundación Esmeralda ha movido sus hilos. Tenemos una ventana de treinta minutos antes de que cierren el espacio aéreo.
Alonso asintió, acelerando. La "Fundación Esmeralda" no era solo una fachada financiera, una entidad fantasma registrada en las Islas Caimán para mover dinero. Era una red de influencias, una telaraña de contactos en las altas esferas que habían cultivado durante años. Jueces, políticos, e