Clara
El viaje en el taxi se sintió irreal, como si estuviéramos suspendidos en una burbuja de tiempo, ajenos al tráfico que rugía a nuestro alrededor. La lluvia había regresado, fina y persistente, golpeando el parabrisas con un ritmo monótono que no lograba acallar el tamborileo de mi propio corazón. Julieta, en el asiento delantero, sostenía la carpeta abultada con una firmeza que contrastaba con la fragilidad de Eva, quien se encogía a su lado, pálida y temblorosa.
La amenaza anónima que había resonado en mi apartamento, la voz distorsionada advirtiendo sobre la Fundación Esmeralda , se repetía en mi mente como un eco siniestro. ¿Qué estábamos a punto de desatar? La verdad era una espada de doble filo; podía liberarnos, pero también podía herirnos aún más. Sentía una mezcla extraña de alivio y terror. Alivio porque, por fin, la verdad salía a la luz, y terror por las consecuencias que traería.
El taxi se detuvo frente a un edificio de piedra gris, imponente y sobrio, con el esc