Clara
El motel era un borrón de luces de neón exhaustas y paredes desconchadas, un refugio improvisado que olía a humedad, tabaco rancio y promesas incumplidas. Afuera, la lluvia insistía con su tamborileo sobre el techo de hojalata, como si el mundo no quisiera dejarnos en paz. Dentro, la luz parpadeante de una lámpara colgante proyectaba sombras largas y temblorosas sobre las paredes.
Sentada en el borde de la cama, con el vestido aún pegado a mi piel por la lluvia, lo miraba. Leonardo, encorvado frente a una cafetera inútil, parecía más joven y más cansado a la vez. Sus manos, firmes pero temblorosas, traicionaban lo que su rostro todavía lograba contener: estaba tan perdido como yo. Tan lleno de cosas no dichas.
No debería haberlo mirado tanto. No debería haberme fijado en cómo la camisa mojada se le pegaba al cuerpo, marcando cada músculo como si mi memoria quisiera revivirlos. No debería haber sentido ese calor urgente en el estómago, ese impulso casi irracional de cruzar la dist