Invisible
Isabella Taylor
Nunca olvidaré cómo se cerraron las puertas de ese ascensor de cristal. Era como si el mundo me empujara hacia un universo ajeno, uno hecho de brillo, trajes caros y rostros perfectos. Me miré de reojo en el reflejo metálico. Mi abrigo beige estaba limpio, sí, pero gastado. Mi falda recta era de esas que ya no se usaban, y mis zapatos… bueno, al menos no hacían ruido.
—Respira, Isa —me dije en voz baja, apretando con fuerza la carpeta contra el pecho.
Cuando se abrieron las puertas del piso 19, todo olía a éxito. Y No era broma. Ese lugar tenía el perfume del poder impregnado en sus paredes, pisos. Los Tacones resonando en mármol, los ejecutivos murmurando en voz baja y asistentes corriendo de un lado a otro con cafés humeantes. Me hicieron saber que se trabaja mucho y como siempre a donde voy.
Nadie me miró. Nadie me notó.
Pasé junto al mostrador de recepción y saludé con una sonrisa a la chica que me miro como bicho raro la vez anterior. Y adivinen hoy lo hizo de nuevo.
—Buenos días. Dije, pero no hubo respuesta.
Nada. Ni una ceja levantada. Ni un “hola”. Solo el tecleo furioso de una manicura roja.
Tragué saliva y seguí caminando, pensando en cómo nada cambió en que, si tú no eres como ellos, eres solo un fantasma.
Pero como ya Tenía el número del cubículo que me asignaron: 19C. Estaba al fondo, junto a las impresoras. No me importó. Para mí, era mi primer lugar. Mi primer escritorio oficial. Mi entrada al mundo real.
Me senté, acomodé mis cosas con cuidado y miré alrededor. Todos estaban ocupados, demasiado, como para notar que una chica pelirroja, de lentes grandes y sonrisa ansiosa, había llegado con más ganas que experiencia.
A las 9:15, sonó el primer correo en mi bandeja de entrada. “Sube al piso 25. Reunión del equipo con la gerencia.”
Sentí cómo se me apretaba el estómago. El piso 25… ahí trabajaba Luciano Lennox, el CEO, el hombre al que todos admiraban y temían. Lo había visto en revistas, y en entrevistas. Era más que guapo. Era como un dios griego vestido de Armani.
Subí en el ascensor con otros empleados. Nadie me dirigió la palabra. No existía para ellos. Era transparente y me pregunté si había hecho bien en aceptar el puesto, pero también me pregunté si estaba sudando. Probablemente sí.
Me conformaba con no mojar la blusa blanca en el sector de las axilas. Cuando llegamos todos salieron y yo quede al último mirando nuevamente mi vestimenta.
Falda café, hasta la rodilla, blusa blanca y un chaleco sin mangas del mismo tono de la falda. Bueno es lo que tengo y lo que soy. En todo caso vengo a trabajar no a una pasarela.
Salgo y camino siguiendo a todos y El salón de reuniones parecía sacado de una película de ciencia ficción: luces frías, cristales, pantallas gigantes. Me senté en una esquina, intentando pasar desapercibida.
Y entonces, lo vi.
Luciano Lennox.
Alto. Imponente. Una voz grave que parecía abrazarte,aunque te mantuviera lejos. Un rostro tan perfecto que dolía. Y una seguridad que llenaba la habitación sin esfuerzo.
Y Yo era una hormiga frente a él. Y en ese momento supe que era verdad lo que decían sobre el amor a primera vista.
La reunión pasó como un suspiro y una eternidad al mismo tiempo. Nadie me habló. Nadie notó mis apuntes o mis intentos de seguir el hilo. Cuando terminó, salí detrás de todos, como una sombra más.
Al regresar a mi escritorio, me senté con un nudo en la garganta. Nadie me saludó. Nadie me preguntó cómo iba. Ni siquiera sabían mi nombre.
Invisible. Eso era solo un maniquí con cerebro.
A la hora del almuerzo, saqué mi lonchera y fui al comedor. Nadie me ofreció compañía. Nadie me sonrió. Comí sola, fingiendo que leía en el celular para que no se notara que me dolía.
—Tranquila —me dije—. No viniste a hacer amigos. Viniste a trabajar y si aguante mi infancia y adolescencia siendo la invisible podemos hacerlo acá y demostrar que no vestirme con marcas de lujos, no me hace menos.
Pero, ay, qué duro era sentirse tan sola entre tanta gente. Que ni una mirada te dediquen.
La hora termino y llego la tarde la cual me devolvió el alma.
Cuando Julián, el jefe de mí, jefe directo, llegó agitado a mi escritorio.
—Isabella, ¿tienes un momento?
Asentí de inmediato, con una sonrisa tímida.
—Claro, dígame, que se le ofrece.
—Hay un error grave en los reportes del último trimestre. Nadie logra encontrarlo. ¿Puedes revisar esto? —me extendió una carpeta gruesa con varios documentos y entregándome un pendrive con más información—. Necesito una mente nueva, una mente fresca y confío en que tu podrás.
Mis manos temblaron un poco. Lo tomé y me concentré. Cifras, fechas, exportaciones, fórmulas. Todo parecía un caos… hasta que encontré el patrón. Una celda mal copiada. Una fórmula que duplicaba ingresos falsos.
—Aquí está —le señalé, después de 8 minutos de mirar el patrón—. La fórmula en el archivo maestro tiene un fallo. Se duplicaron los ingresos de Miami. Si corregimos esto, todo encaja.
Julián parpadeó, atónito.
—¿Tan rápido? Dijo con asombro y una sonrisa grande.
—Es que estudié las bases de datos y sus estructuras, Anoche para venir preparada, Por si acaso —respondí, con una tímida sonrisa.
Él se rio. De verdad se rio. Y me miró con algo que nadie me había dado ese día: respeto y orgullo.
—Eres una joya, Isabella. Bien hecho.
Poco después, un correo recorrió toda la empresa:
“Felicidades a Isabella Taylor por detectar el error financiero de la semana. Excelente trabajo.”
Por primera vez, me sentí vista. Por muy poco que otros lo consideren para mí fue el primer paso.
Una asistente de mercadeo se me acercó con una sonrisa amplia y sincera.
—¿Eres tú la chica nueva verdad? Asentí y con los pulgares arriba me dice ¡Buen trabajo!
Otro compañero me pidió ayuda con una tabla. Incluso el chico de IT me dijo “hola” con algo que parecía… ¿interés?
Sentí un calorcito en el pecho. Como si de pronto, un faro se encendiera en mi dirección, como ampolleta se encendiera arriba de mi haciéndome sentir vista.
Cuando salí del edificio esa tarde, el sol me dio de frente. Cerré los ojos y respiré hondo.
Hoy, fui invisible, pero solo por unas horas.
Pero mañana, sé que no será así.
O Tal vez…No.