Capitulo 3

El Nombre Que Nunca Olvidé 

Luciano Lennox-Spencer 

No soy hombre de rutinas sentimentales, pero sí de orden.

A las 5:00 a.m., entreno. No por vanidad —aunque reconozco que mi imagen tiene su utilidad—, sino porque el esfuerzo físico calla mi mente. Me ayuda a mantener a raya los recuerdos, los vacíos. A las 7:00, leo los informes clave del día mientras tomo café negro, sin azúcar. Para las 7:15, ya estar en camino a la sede principal del Grupo Lennox-Spencer, en el corazón de la ciudad de Nueva York.

Desde hace diez años, esa empresa es mi imperio, es mi todo.

No llegué aquí por apellido, aunque el apellido ayudé. Llegué porque no tolero perder. Porque mis noches sin dormir, mis decisiones arriesgadas y mi desprecio por el fracaso construyeron lo que hoy todos admiran, envidian o desean poseer.

Si bien este imperio es de mi familia, desde que yo tome las riendas por completo el éxito subió como espuma.

Lo que pocos saben… es que nada de eso me llena realmente. Puede que ya esté viejo.

Sonrió de medio lado ya que es imposible Porque estoy en mis treinta. Llego a la empresa y dejo todos esos pensamientos.

Esa mañana, el ascensor se abrió en el piso 25 como siempre, ya en el piso de mi santuario. Todos se pusieron de pie apenas me vieron entrar al área ejecutiva. Agradecí con un gesto seco, como de costumbre. No me gustan las reverencias. Me gustan los resultados.

Hoy tenía tres reuniones estratégicas, una video llamada con inversionistas de Tokio y una más con el departamento de finanzas. Y fue en esa última donde la escuché por primera vez.

No su voz. Su nombre.

—La chica nueva —dijo Julián, uno de los jefes de área, mientras revisábamos unos documentos—. Encontró el error en los reportes trimestrales. Nadie lo vio. Ni los analistas.

—¿Qué chica nueva? —pregunté, distraído, mientras revisaba los números en la hoja.

—Isabella Taylor —respondió él—. Una de las nuevas asistentes administrativas y Tiene apenas dos días con nosotros.

Levanté la vista. Curioso.

—¿Ella detectó esto? —Señalé la corrección, que era evidente ahora, pero nadie más la había notado antes.

—Sí. Lo hizo en menos de diez minutos. Ni se lo pedí como algo importante, solo quería sacarla un poco de los informes básicos. Y Me dejó sin palabras te lo tengo que confesar.

Pocas cosas me desconciertan en mi vida y Esa fue una de ellas.

—Taylor —murmuré—. ¿Cómo es?

—¿Físicamente? Pregunta sabiendo que me encanta tener mujeres bellas en mi edificio solo para recrear la vista. Bueno debo decir que más de una a tenido el privilegio de estar en mi cama o en mi oficina. 

—No. ¿Cómo trabaja? ¿Cómo se expresa?

—bueno ella es muy Reservada, muy Callada, pero muy inteligente más que cualquiera de todos los que trabajamos en ese lugar. Y lo mejor de todo es que no es De esas que presumen lo que saben. Me recordó a ti cuando entraste a la universidad con 17 años 

—río.

No respondí. No reí solo asentí levemente casi de forma aburrida.

Ese comentario me dejó con algo parecido a… ¿curiosidad? Se podría decir.

Horas después, en medio de un almuerzo con un cliente arrogante que intentaba presumirme su nueva adquisición de arte, me descubrí pensando en ella. En ese nombre: Isabella Taylor. Me dije que era absurdo. Pero cuando un nombre se clava en tu mente sin un rostro, algo no está en orden. Algo pasa.

A las 4:00, pedí los reportes corregidos. Al final del documento, Julián había dejado una nota:

"Gracias a Isabella Taylor por su observación meticulosa en la tabla 3.1"

No sé por qué, pero me levanté de mi silla y salí de la oficina.

—¿Dónde está la señorita Taylor? —pregunté a una de mis secretarias.

La secretaria parpadeó, sorprendida.

—¿Perdón?, jefe no sé quién es ella.

—Isabella Taylor. Departamento de Finanzas, la chica nueva.

—Uhm… no sé, pero debe estar en el piso diecinueve, jefe.

No suelo pasear por las áreas más bajas. No por desprecio, sino porque mi tiempo es limitado y las decisiones se toman en pisos superiores. Pero esa tarde caminé hacia el piso 19, sin saber exactamente el porqué.

La vi antes de que ella me viera. La reconocí sin saber qué era ella.

Pelirroja, Lentes gruesos, Vestida con ropa que gritaba “practicidad” más que estilo. Encogida sobre su computadora, con una expresión de concentración total. Nadie le hablaba. Nadie la miraba. Era como si el mundo entero no la hubiera notado… excepto yo.

Y eso fue extraño, casi escalofriante. Porque notarla se sintió casi inevitable.

Había algo en ella. No su aspecto obviamente, menos su ropa pasada de moda, sacada de algún programa de los ochenta. Pero algo en la manera en que miraba los datos, como si le hablaran. Como si descifrar sistemas fuera su idioma nativo. Y entonces levantó la vista, y sus ojos —celestes, grises no pude descifrarlo, pero si eran profundos, con esa mezcla de inteligencia y nervio— y se cruzaron con los míos.

Y bajó la mirada de inmediato. No por timidez, Sino más bien porque creía no merecerla. Como si creyera que no se le permitiera poder hacerlo.

Y eso, solo ese gesto me hizo sentir algo en el pecho que no supe explicar.

—¿Todo bien, señor? —me preguntó una de las analistas cuando me vio de pie.

—Sí —respondí, sin desviar los ojos—. Solo estaba viendo el trabajo del área.

Mentí y Me sentí realmente estúpido por eso. Yo no miento. Pero algo me impulsó a no nombrarla en ese momento.

Volví a mi oficina a paso veloz y Cerré la puerta detrás de mi sintiendo un mar de cosas que no se explicar, camine a mi escritorio y me tire sobre mi silla, girando en ella quedando frente al ventanal, tratando de buscar una explicación. Pero solo encontré el nombre de esa chica.

Isabella Taylor.

La chica que resolvió en minutos lo que un equipo entero no vio en semanas. La que se comporta como si estuviera de paso, como si tuviera miedo de ocupar espacio. Como si su existencia le pidiera disculpas al mundo.

Y me pregunté en ese momento … ¿qué clase de vida hace que una mujer tan joven, tan brillante, se sienta invisible?

Esa misma noche, en una cena con modelos y amigos mientras todos bebían y disfrutaban, me preguntaron por qué estaba tan distraído. Mi respuesta fue solo negocios. Así que Sonreí y Me puse el disfraz de Luciano, el implacable. Reí en los momentos exactos, brindé con la seguridad que todos esperaban, me llevé a una pelirroja de quien no sabia ni su nombre, pero me la folle de mil y una manaras, pero pensando en solo unos ojos, en el hotel apenas termine, pague todo y me retire.

Pero al llegar a casa, nuevamente ese nombre volvió a mi mente, solo me serví un whisky.

Y repetí su nombre en voz baja, como si al hacerlo pudiera convocarla de nuevo:

Isabella Taylor.

Y en ese preciso momento algo en mí cambió ese día y  Lo sentí. No se como pero lo supe.

Aunque aún no podía entender el  por qué, ni menos descifrar lo que se venía.

Y así empezó todo.

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