El Error Que No Vi Venir
Luciano Lennox-Spencer.
Al día siguiente……
Nunca me ha gustado el ruido innecesario, mucho menos dentro de mi oficina. Por eso la tengo perfectamente insonorizada, con cristales blindados y persianas automáticas. Me gusta el orden, El silencio, El control eso me define.
Hoy, sin embargo, fue distinto.
No dejaba de pensar en ella.
Sí, en Isabella Taylor. La analista de datos.
La misma que apenas levantó la voz al hablarme. La que traía el cabello recogido de manera austera, con lentes pasados de moda y ropa tan ajena al estilo de esta empresa, que parecía sacada de otra época. Y, sin embargo… había algo en ella que me descolocaba. No era su físico. Al menos, no de forma convencional. Era esa manera en la que parecía… ausente y, a la vez, observadora. Invisible, sí, pero viva. Como un fuego que nadie ve hasta que lo toca.
Me quedé unos segundos más frente al informe que había creado. No solo estaba bien hecho, estaba impecablemente planteado. Era meticulosa, Metódica, Visionaria. Pero eso no era lo que me perturbaba.
Era su mirada, esos ojos que aún no logro reconocer del todo.
Una mezcla entre miedo y determinación.
Como si supiera que todo el mundo la subestima, pero qué de igual manera, lo va a hacer mejor que todos nosotros juntos.
Me pasé una mano por la nuca.
—Maldita sea… —murmuré.
—¿Perdón? —dijo una voz familiar desde la entrada.
Renata.
Mi hermana menor, la única persona que puede entrar sin anunciarse porque tiene la maldita costumbre, aunque es más el descaro y también el derecho por ser dueña de la mitad, y mi hermana.
—¿Qué haces aquí? —pregunté sin ocultar mi fastidio.
—Vine a almorzar contigo, pero como siempre, estás atrapado entre tus demonios empresariales. Así que decidí darme una vuelta por los pisos y llegué al piso diecinueve … y vi algo muy interesante.
Suspiré.
—No tengo tiempo para juegos, Renata.
—Oh, no es un juego. Es una persona bueno más bien una chica, Pálida con un par de ojos que te dejan hipnotizado, a su vez es Rara, pero de otra manera, Con ropa de abuelita y cara de “me quiero derretir en la alfombra".
—¿Isabella Taylor?
—¡Exacto! Qué raro que recuerdes su nombre tan rápido, ¿no?
No respondí.
—Vi cómo esas arpías que tienes como secretarias se burlaban de ella. Y no solo una vez. No entiendo cómo puedes permitir algo así en la empresa, Luciano.
—No me involucro en tonterías de oficina, Renata tengo cosas más importantes. —mentí.
—¿Tonterías? Humillar a alguien por cómo luce no es una tontería. Es una forma de violencia silenciosa. Y tú, el magnate todopoderoso, el ícono de perfección empresarial, el maldito hombre más deseado del continente… ¿Estás tan ciego como para no notarlo?
—¡Ya basta, Renata!
La habitación se llenó de ese silencio denso que solo se genera entre hermanos cuando uno dice la verdad que el otro no quiere escuchar.
—Sabes que tengo razón —dijo más suave—. La viste, ¿verdad?
—¿Y si la vi, ¿qué?
Renata se me acercó con esa mirada que me desarma desde niños.
—Entonces haz algo. Pero si tú, el jefe, permites esas burlas, entonces eres cómplice. Y si esa chica termina creyendo que no vale nada, será tu culpa. No de ellas, sino completamente Tuya.
No dije nada. Sólo mire los papeles que tenía en mis manos.
Ella suspiró, se giró hacia la puerta, pero antes de salir murmuró:
—Tiene algo. No sé qué es… pero no la ignores y si lo haces le diré a mamá lo que está pasando en la empresa.
Me quedé solo, y procesando su amenaza.
La cual me causa más terror, de que me digan que pusieron una bomba en mi coche. Esa señora es loca y no dudaría en darme con una chancla.
Pero reflexiono de nuevo con todo lo que me dijo.
Pasé el resto del día viendo números que no recordaba, que no me cuadraban. Asistí a reuniones donde asentía sin escuchar una sola palabra. Mi mente volvía, una y otra vez, a ese instante en que Isabella entró a mi oficina. ¡A cómo sus dedos temblaban al mostrarme el informe! ¡A cómo evitaba mi mirada, como si supiera que podía quemarse si me sostenía la vista demasiado tiempo.
Y lo más jodido es que quería que me mirara. A que sus bellos ojos solo los tuviera en mí.
A mí, solo a mí.
Como si eso significara algo.
¿Qué demonios me pasa?
Me levanté y fui hasta el ventanal. Pero no sé el por qué decidí salir de mi oficina y baje hasta el piso veinte y termine de bajar por la escalera, y desde ahí abriendo un poco la puerta de escape, podía ver parte del piso. Y ahí estaba ella. Guardando sus cosas al final del día Sola, Siempre sola.
El resto del personal ya se había ido, mire mi reloj y marcaban las seis con treinta minutos, de la tarde.
Cerré despacio y subí a la oficina de Julián quien estaba por irse.
—Sabes, que no hacemos trabajar a nadie después de las seis de la tarde, verdad — le preguntó.
—Si Luciano, lo sé, y a que se debe ese comentario. — pregunta curioso y extrañado.
—Bueno, salí a estirar mis piernas y en el piso diecinueve aun esta esta chica que se viste cómo abuelita.
—No tienes que referirte a ella de esa manera, dice mirando detrás de mí.
Cierro mis ojos porque sé que la cague.
Y en solo unos segundos, unas risas contenidas se escucharon a unos cuantos pasos. Mire a todos.
Estaban ellas las que Renata y Julián ya me habían mencionado. Las que se burlaban. Las que reían de ella.
Sentí un calor en el pecho. ¿Irá? ¿Frustración? ¿Vergüenza? Y pena no por ella, si no por lo que ocasione.
Tal vez todo eso junto, pero como podía salir de esta situación.
Ven a mi oficina, ahora y subí casi corriendo.
Julián entró sin golpear, Le lancé una mirada, pero no dijo nada solo dejo la puerta sin cerrar por completo y esperó.
—Que paso Luciano afuera con ese tremendo comentario.
—¿Qué quieres?
—Luciano… necesitamos hablar de la chica.
Lo miré fijo.
—¿Por qué todo el mundo me habla de esa maldita chica?
—Porque es brillante, Porque es buena chica. Y por un grupo de mujeres estúpidas le están haciendo la vida imposible solo porque no luce como ellas. Y tú lo sabes y lo viste.
—¿Y? Porque eso debería importarme.
—Y si no haces nada, esa chica se va a ir.
Algo se movió dentro de mí, no fue por saber de su perdida laboral.
Sí, porque… sí. Y Lo admito. No quiero que se vaya, no quiero dejarla de ver.
Julián notó mi silencio. Frunció el ceño.
—No es solo una simple trabajadora, ¿verdad?
—No digas estupideces.
—¿Desde cuándo te perturba alguien así, Luciano? Y ¿Desde cuándo repites su nombre más de una vez en un día?
Lo odié en ese instante por su maldita claridad, odié que Julián me conociera tan bien.
—Haz que trasladen a la chica al archivo.
—¿A isa?
No sé qué me paso, pero explote por el solo hecho de que le dijera de esa forma.
—No me importa su bienestar, ni nada, ella es solo un número
Mañana quiero a una de ellas como mi secretaria.
—Quiero que trabaje directamente para mí.
Julián sonrió con desdén. Pero no dijo nada más.
Y yo tampoco. Pero dentro de mí, algo se quebró.
No sabía por qué la estaba castigando, no sabía por qué hice lo que hice.
Pero si sabía y de echo eso era más que claro para mí que Isabella Taylor ya había comenzado a habitar mis pensamientos.
Ella había cruzado una línea que no debía haber cruzado. Aunque ni siquiera era consciente de ello.
Y yo había desarrollado un interés que no debería haber despertado.
Y ni siquiera sabía cuándo, ni cómo sucedió.
Solo sabía que, sin buscarlo, una parte de mí ya no era mía.