Capitulo 4

Lo Que No Se Dice. 

Isabella Taylor 

No sé qué me dolía más al despertar: la espalda por haber dormido en el sofá o el corazón por sentirme tan insignificante el día anterior. No suelo quejarme. Después de todo, este trabajo era lo único que había logrado después de casi veinte mil entrevistas fallidas, donde ni siquiera me permitían demostrar lo que sabía y de lo que era capaz. Mi madre siempre me decía que el mundo recompensaba el talento que solo debía esperar… pero no siempre es verdad, ya que cuando tu imagen no encaja, ni a palos entras.

Esa mañana vestí mi mejor blusa, que ya no era tan blanca como antes, pero era decente, y un pantalón de los que mi abuelita usó cuando era maestra y me los dejo de herencia lo cual agradecí muchísimo.

Me miré al espejo una vez lista, mi cabello pelirrojo lo até en un moño bajo, lo más prolijo posible. Ajusté mis lentes y repetí en mi mente: nadie te va a echar por no lucir como ellas. Tú solo debes Concentrarte, Isabella. Solo concéntrate y haz lo que sabes hacer.

Llegué diez minutos antes a la empresa, don Julián me saludó con una sonrisa rápida, sincera como siempre. No dijo nada sobre los informes del día anterior, así que asumí que los había entregado sin mayor importancia. Al menos ya estaba más tranquila. Era Invisible, pero una sombra eficiente más que otras.

Me senté y comencé a trabajar.

Pero a las 10:42 a.m. todo cambió.

—Señorita Taylor —dijo una voz masculina desde el pasillo. Era el asistente del CEO. ¡El CEO! —. El señor Lennox-Spencer desea que lo asistas en un cruce de datos financieros, En su oficina, De inmediato.

¿Perdón? Respondí incrédula.

—¿Está seguro… de que me busca a mí? —pregunté con torpeza.

—Totalmente. Le ruego me acompañe que es urgente.

Me levanté tomando mi iPad, junto con eso tomé mi cuaderno, calculadora y lápices, no sin notar cómo tres de las secretarias me miraban desde la zona de copiado. Una rio por lo bajo, Otra susurró algo al oído de la otra y fingieron toser mientras murmuraban:

—¿La vieja de los gatos ahora sube al piso dorado?

—Tal vez va a limpiar el escritorio, ¿viste cómo se vistió?

—Parece sacada de un episodio triste de los 80.

No soy de llorar, ya que siempre he presenciado y vivido este tipo de discriminación, Pero en ese momento, mientras subía al ascensor, tragué saliva con fuerza. Nadie lo sabía, ni tampoco debían saberlo, pero había pasado noches sin dormir solo para estudiar las estructuras contables de la empresa. Quería ser útil, no una burla.

Al llegar al piso 25, me recibieron con silencio. El pasillo era distinto: minimalista, elegante, intimidante. Su oficina estaba al fondo con La puerta ya abierta.

Y ahí estaba él.

Luciano Lennox-Spencer, aún más alto de lo que recordaba.

Mas Impecable y mucho más Poderoso.

Y claramente más hermoso de la última vez que lo vi.

Me sentí como una gota en un océano que no me pertenecía.

—Señorita Taylor —dijo sin levantar la voz—. Gracias por subir. Me informaron que detectó una anomalía en los informes de consolidación trimestral. Me gustaría ver cómo llegó a esa conclusión. ¿Puede mostrarme su metodología?

Tragué saliva.

—Sí, sí, sí… claro, señor. Tartamudee por los nervios.

Me acerqué con mi iPad y desplegué los datos con manos temblorosas. Sentía sus ojos fijos en mí. En mis dedos, en mi respiración. No entendía por qué. Y no me atrevía a mirarlo.

—Impresionante —dijo al final—. Pocos tienen esa capacidad de análisis sin acceso total a los sistemas. Lo hizo con acceso limitado, verdad.

¿Cómo lo hizo?

¿Cómo lo logro?

—uní una ruta y por la forma en que las celdas estaban conectadas… no fue nada… solo un cruce de datos y mucha observación.

Por primera vez, levanté la mirada, Y él me estaba observando de verdad.

No como un jefe mira a una empleada.

Sino como alguien que busca entender por qué el mundo ignora a personas como yo.

Entonces me sonrió. Solo una sonrisa leve, apenas una curva en sus labios, pero estaba.

—Gracias, Isabella.

Mi nombre en su voz fue más dulce que cualquier halago que me hayan dicho en la vida.

—Puede retirarse.

Asentí y salí casi corriendo y En el pasillo, Julián me estaba esperando, quien al verme Me guiñó un ojo junto con su típica sonrisa paternal.

—Estás causando impacto, Taylor. — dijo con algo en su voz.

—No lo creo —susurré mirando al piso.

Pero él me miró con cierta seriedad, como cuando tu padre te está reprendiendo.

—Y quiero que sepas algo, Escuché lo que dijeron esas víboras en la sala de copiado. No lo mereces Y lo informaré a Recursos humanos, si pasa algo por favor acércate a mí, No estás sola vale, hija.

No supe qué decir, solamente lo miré sin palabras, asintiendo con lágrimas en mis ojos, Y en ese preciso momento, el señor Lennox-Spencer salió al pasillo con un teléfono en la mano nos vio y por unos segundos le sostuvo la mirada, pero Bajé la mía.

Otra vez. Y otra vez sentí que lo notó.

Pasadas las seis, guardé mis cosas. No quería que nadie me viera llorar, pero tampoco quería caminar por el vestíbulo con todas ellas riendo otra vez. Así que me entretuve organizando carpetas hasta que casi todos se habían ido, el piso estaba vacío. Y me decidí que era tiempo de marcharme.

Al bajar, me sorprendió ver a una mujer alta, con un abrigo rojo pasión y tacones que resonaban con poder. Su cabello castaño estaba peinado como si viniera de una portada de revista. Y su bolso… bueno, costaba más que mi año de renta.

—¿Y tú quién eres? —me preguntó al pasar por mi lado, sin malicia, solo con genuina curiosidad.

—Isabella… soy asistente de análisis, piso diecinueve. —dije bajando mi mirada.

—¿Y trabajas hasta ahora?

Asentí con una sonrisa tonta. levantando mi mirada.

—Wow… tus ojos son bellísimos. — dice con euforia, haciendo que mi mejilla se prenda de rojo por ese comentario.

—Ah… qué tiempos. —Dijo con cierta nostalgia. — sabes yo solía trabajar en ese piso cuando empecé en la empresa.

Después de esas palabras se giró hacia las secretarias que estaban de pie en la recepción como si esperaran algo, bueno más bien alguien.

— ¿Y ustedes? ¿Siempre se ríen de quienes trabajan más que ustedes?

El silencio fue sepulcral.

Las tres se miraron, pálidas y salieron corriendo.

—¡Rena! —gritó alguien desde el ascensor—. ¡Te estaba esperando!

Entonces lo entendí.

Ella es la hermana del presidente.

Renata Lennox-Spencer. Y por eso me parecía cara conocida. Ya que ella siempre aparece en las revistas junto con él.

Y acababa de verme. Y al parecer había escuchado algo o vio algo que yo no.

Me miró de nuevo. Pero esta vez con… respeto.

—Isabella, ¿no?

Asentí.

—No dejes que los mediocres te definan. El talento siempre encuentra su lugar. Aunque duela y les duela.

descansa, Buenas noches.

Y se fue junto con su hermano, quien ni siquiera se despidió, no lo digo porque me lo deba, pero eso es respeto y buenas costumbres.

Las secretarias las vi subirse a un automóvil. No me hablaron, menos se despidieron.

Lo mejor No se burlaron nuevamente de mí.

Pero en sus ojos estaba el veneno ya instalado. Creo que me gane tres súper amigas.

—Nótese mi sarcasmo.

Pero la sensación de hace horas cayó por la señorita Lennox-Spencer, para quien no fui Invisible.

Pero hoy, más de uno estaba empezando a verme.

tal vez todo cambiaria.

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