Solo cuando todos los hombres de Seth se marcharon y sus pisadas se desvanecieron en la lejanía, Amelia sintió la presión de aquellas manos soltándose. Su corazón latía con fuerza, tamborileando un ritmo frenético contra su pecho. Se giró lentamente, con el temor y la curiosidad enredándose en su mirada. Un escalofrío recorrió su columna vertebral al escuchar una voz profunda y resonante que se disculpaba con ella.
—Lamento haberte asustado. —Musitó el hombre.
Frente a ella, se alzaba un hombre apuesto, de estatura imponente y ojos penetrantes que brillaban con una intensidad desconocida. Aunque estaba segura de que nunca lo había visto antes, una extraña sensación de familiaridad se enraizaba en su pecho, como si su presencia despertara recuerdos olvidados.
El hombre la observó durante un momento que pareció eterno, su mirada era un enigma de emociones entrelazadas: amor, respeto, y algo más profundo, casi primordial. Sin apartar la vista de ella, su forma comenzó a cambiar, desdibujá