Capítulo 56

Cuando Atenea despertó, el mundo estaba en silencio.

Una quietud espesa y amortiguada cubría la habitación, como el silencio después de una tormenta. Una luz suave se filtraba a través de las cortinas del balcón, volviendo el aire plateado y frío.

Atenea yacía inmóvil, envuelta en una maraña de sábanas que olían a pino, acero... y a él.

Ragnar.

El aroma se le pegaba a la piel. Contuvo la respiración incluso antes de abrir los ojos.

El dolor en su cuerpo no era solo de la noche anterior; era más profundo. Persistente. Como si le hubieran quitado algo sagrado... o le hubieran dado. Sus músculos palpitaban con una lenta y dolorosa molestia, no por dolor, sino por la forma en que sus extremidades se habían enroscado con tanta fuerza alrededor de alguien a quien no sabía cómo soltar.

La cama era grande. Y vacía.

Él se había ido.

Sus ojos se abrieron lentamente, sus pestañas rozando la piel húmeda. Parpadeó hacia el techo y, durante un largo instante, no pudo moverse. Su cuerpo se negaba a
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