Capítulo 47

El santuario contuvo la respiración. Ni siquiera las llamas se atrevieron a parpadear. El humo se enroscaba como carne fantasmal a través de los arcos destrozados, y el aire temblaba con un silencio que no se sentía vacío, sino vigilante. Las runas talladas en las antiguas piedras pulsaban débilmente, como si anticiparan lo inevitable.

Entonces... Una presión silenciosa. Un cambio. Y la Puerta del Guardián explotó hacia adentro en una tormenta de piedra fracturada y viento aullante. La ceniza surgió como un maremoto, inundando el corazón de la montaña. Los pilares se agrietaron. Los muros se derrumbaron. Los gritos desgarraron el silencio. Los ojos de Ragnar se abrieron de golpe.

Tiró de Atenea para enderezarla en un solo movimiento, protegiendo su cuerpo con el suyo mientras la tormenta se estrellaba contra ellos. Su respiración se entrecortó. Su marca ardía al rojo vivo, proyectando una luz febril sobre su piel.

Nyra tropezó entre el polvo, con la capa rasgada y polvo en la sien.

—E
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