CAPÍTULO 119 — MIS HIJAS.
El amanecer se filtraba por las cortinas del palacio de Zafir, tiñendo la habitación de Carlos y Alexandra de un dorado suave. Carlos despertó, su mano buscando el calor de Alexandra, pero encontrando solo sábanas frías. Frunció el ceño, el silencio del cuarto roto por el canto lejano de un pájaro. Se levantó, la cicatriz en su pierna tirando ligeramente, y se puso una túnica negra, el tejido áspero contra su piel. Caminó por el pasillo, el suelo de mármol frío bajo sus pies descalzos, el aire oliendo a cera y rosas frescas. Siguiendo un presentimiento, abrió la puerta de la habitación improvisada donde dormían Lila y Mara, una sala pequeña con un colchón grande y mantas apiladas. Allí estaba Alexandra, dormida en medio de las gemelas, su cabello suelto cayendo sobre la almohada, una niña acurrucada a cada lado. Lila abrazaba su brazo, Mara tenía la cabeza en su pecho, sus respiraciones suaves sincronizadas. La imagen robó una sonrisa a Carlos, el corazón apretándosele con una calidez