Mundo ficciónIniciar sesiónISABELLA
Dejó el casco colgado y se acomodó despreocupado el cabello platinado que caía por su nuca.
La combinación de colores de sus guantes negros con el plateado de su pelo se veía fascinante.
Debo admitir que ese cabello exótico siempre me había encantado en un macho.
Se bajó de la moto y, Diosa, casi llegaba a los dos metros.
Me sentía como una hormiga a su lado.
Comenzó a ascender y por un momento ese rostro cincelado y hermosamente masculino miró hacia nosotras.
Ojos azules tan fríos como el hielo, bestiales y afilados.
Bajamos la cabeza al unísono, pocos podían sostener la mirada a un lycan de la realeza.
Sentía que mi cuerpo entero comenzaba a temblar.
Mientras más me resistía a mostrar miedo, más temblaba.
Los pasos de sus botas se acercaban, su aura nos mantenía sumisas.
“Aguanta, está al pasar, es solo un momento” me decía a mí misma conteniendo la respiración.
Pero cuando la sombra del príncipe se proyectaba en la cima de la escalera, alguien me empujó desde la espalda.
Fue tan rápido que no tuve tiempo de nada.
Con un gritico, me vi cayendo al suelo, de manera inestable, ¡y bloqueando el camino del princeso real!
Me quedé igual que una croqueta, atravesada en medio del rellano.
El jadeo general me condenaba como una aberración por interrumpir el paso de su majestad.
¿Serviría quedarme ahí y hacerme la muerta?
—Lo… lo lamento, su alte… —cerré la boca de golpe al sentir su presencia sobre mi cuerpo.
¿Será que el príncipe me ayuda? ¿Tal vez no es un capullo como parece?
—Gra…
Mi mano se quedó estirada y mi cabeza en alto, a tiempo para ver la silueta de sus huevos pasarme por encima.
Efectivamente, el príncipe lycan no me dio una segunda mirada y me atravesó igual que a una apestosa plasta de popó.
Suerte tuve de que no me pisoteara.
Entró por la puerta sin titubear.
¡Maldito cabrón!
Pronto estalló una risa general.
«Esta se pensaba llamar así la atención del príncipe Aurelius…»
«Qué ilusa, Miska la va a destrozar en la selección…»
Murmullos se escuchaban por todos lados.
Quedé como la Serafina que buscaba destacar frente a Aurelius.
Mi humillación era tanta, que solo deseaba volverme una losa del suelo y quedarme a vivir para siempre en la entrada.
El taconeo repentino resonó en mi oído.
—Srta. Olivan, ¡¿qué hace durmiendo en el rellano?!
La voz estridente de la mujer que nos recibió acrecentó las burlas.
Me levanté con la cabeza baja, sacudiendo mi vaquero, dando miles de disculpas y tratando de desaparecer.
Miré mi maleta pateada a un lado y a la chica que estaba detrás de mí.
Sus ojos maliciosos no ocultaban que fue ella quien me empujó.
Una castaña con cara de lamebotas.
Agarré mi maleta con ira.
Esto… era la guerra.
Comprendí que si me hacía de miel, me comerían los monstruos de esta Academia.
Gracias a la Diosa, al fin pasamos después de mi escenita.
Pero venía otro momento decisivo.
La selección para ser la Serafina del príncipe lycan.
Obtuve más información escuchando en el enorme vestíbulo.
El estilo clásico y antiguo de toda la Academia, con sus maderas oscuras, sus enormes tapices y vitrales de colores, impresionaban a la vista.
Mi nueva amiga Kiara también fue de mucha ayuda.
Resulta que su madre trabajaba en la Academia, por eso sabía tantos detalles.
Así fue como supe que si fallaba al ser la Serafina de Aurelius, podía competir y ser escogida por otro lycan.
“¡Ay noooo, qué lástima!, quería que ese lobo nos toqueteara un poco. Huele a pura gloria”
“Thera, ¡qué es un grosero! ¿Acaso eres masoquista?” mascullé entre dientes y resopló con fastidio.
“Tampoco es que lo quiera como mi mate, mujer… solo para comprobar si de verdad los lycans tienen la polla como una anaconda”
“Ay, ¡ya cállate!” decidí obviar sus tonterías, aunque sé que solo lo hacía para relajarme.
Pero era imposible pensar en otra cosa más allá de la batalla que se me venía encima.
—¡Las Serafinas, síganme por aquí! —otra de las secretarias apareció y nos llamó a formar a un lado.
—Buena suerte, sé que puedes, si termino pronto voy a las gradas —Kiara me animó, apretando la mano en el aire.
—Buena suerte en tu examen de ingreso —le devolví la sonrisa, agradecida por haberla salvado.
Al menos conocí a alguien agradable entre estas paredes tan intimidantes y opresivas.
No ganaría esa maldita selección.
No sería la Serafina del príncipe Aurelius Blackridge y apuntaría a otro lycan.
Al final, el objetivo era quedarse, borrar el hechizo que me ataba y ser más fuerte, antes de que la verdadera Savannah despertara.
La pelea para ser la próxima mascota real… me tenía sin cuidado.
*****
PRÍNCIPE AURELIUS KADEN BLACKRIDGE
—¿Por qué siempre Kaden tiene que escoger de primero?
Las niñerías de William llenan mis oídos.
Está sentado en un sofá, un escalón más bajo que el asiento de mi palco.
Seis lycans acomodados a mis pies.
Algunos de ellos entrelazados por lazos sanguíneos con la familia real.
William, ese rubio perezoso y despreocupado, es mi primo.
—Para eso es el Príncipe y ya deja de llamarlo por su nombre de pila, estamos en la Academia, ¡madura!
—¡Auch, bruto! —protesta cuando Darius le da un golpe seco por detrás de la cabeza.
Darius es ese pelirrojo musculoso y algo cascarrabias.
Pero resulta un guerrero muy hábil y fiel. Mi mejor amigo y mano derecha.
Descuido el coqueteo de esos dos que siempre están fingiendo que se odian y mis pupilas se estrechan en las mujeres que son llamadas a la enorme arena de combate.
Las gradas se extendían en un semicírculo opresivo, sobre todo ocupado por algunos profesores y alumnos de otros años.
Sé muy bien que desde ahora cada profesor le está echando el ojo a las habilidades de los estudiantes para llevárselos a sus gremios.
Para esta Selección, la Academia ha preparado una pista de obstáculos bastante difícil y tengo una buena idea de quién va a ganar.
Probablemente sea Miska y en efecto, el silbato de salida ha sonado y corrió de primera a lanzarse sobre la red de escalada.
Me siento cómodo con ella, he probado otras veces sus habilidades de Serafina y… nada mal.
El sexo tampoco era para alucinar, pero resultó una Alfa complaciente y bastante fogosa.
Si tengo que ponerle un pero… es que su sumisión me hastía hasta el aburrimiento.
Justo como estoy ahora mismo.
Tamborileo los dedos sobre el cuero negro del sillón, escuchando el parloteo de los lycans y las miradas lascivas de las lobas que los acompañan.
Cuando estoy a punto de marcharme, alguien llama mi atención.
Mi lobo Ash también levanta su cabeza y centra las pupilas en la rubia que salió de la nada y ahora corre detrás de Miska.
Es más pequeña, pero ágil, como una ardillita llena de energía.
Contemplo la explosividad de sus músculos bajo el chándal deportivo de color azul.
La camiseta blanca se le pega como una segunda piel y claramente se ven unos pequeños pechos rebotando.
Nada que ver con las lobas Alfas voluptuosas que suelo preferir.
—¡Oye, Kaden, esa no era tu admiradora de la entrada! —William es un bufón como siempre.
¿Era ella la chica de la entrada?
Recuerdo su escenita de las escaleras.
Ahí tirada, como una damisela en peligro.
Odio las mujeres que hacen cualquier ridiculez por un segundo de mi atención.
Pero debo admitir que sus agallas en la arena me están… entreteniendo.
—¡Cuidado!
William le grita y me tenso al verla entrar en una zona mortal.







