01. BAJO LA SOMBRA DE MI GEMELA
ISABELLA
Mi mayor error fue nacer unos segundos después de mi hermana y “matar” a mi madre en el parto.
Así que está de más decir que no era la favorita de mi padre, el Alfa de la manada Montaña de Plata.
Nací en una familia donde las gemelas eran el tabú más horrible.
Los Olivan habían engendrado durante años un linaje de lobas con el don increíble de controlar la violencia de los lycans; los amos de nuestro reino Vargheim.
Lobas Serafinas nos llamaban, o al menos, ese era el título de mi hermana Savannah Olivan.
Yo… solo era Isabella. Una sombra en esta manada.
Oculta a simple vista. Una guerrera más.
Entrenada para proteger a la heredera reconocida; me quitaba la máscara facial únicamente para ser su doble en los momentos de peligro.
Si Savannah subía de peso, yo tenía que hacerlo.
Si se pintaba el cabello rubio de rojo, debía seguirla.
Estudié su manera de caminar, de hablar, cada gesto y gusto… incluso a veces cambiaba mi aroma con un spray mágico.
Mi vida era la copia de la existencia de mi hermana mayor.
Hoy fue la primera vez en 20 años que descuidé la tarea que me dio mi padre… y Savannah sufrió un accidente.
“Ya viene, Isa” la voz de mi loba Thera tembló un poco, pero se mantuvo firme, dándome aliento.
Los grilletes en mis manos tintinearon con los espasmos crecientes de mi cuerpo al escuchar los pasos firmes acercarse.
La frialdad de los ladrillos en la celda calaba mis huesos y la oscuridad engullía mi valor.
La puerta se abrió de golpe, haciendo un rechinido agudo y la enorme sombra del Alfa entró en mi prisión.
—Padre, te juro que yo no quise…
—¡Cállate! —su bofetada repentina acalló mis súplicas.
Aturdió mi mente y el dolor agudo aguijoneó mi cabeza.
—Solo tenías una misión en tu vida miserable, ¡solo una, Isabella, y lo echaste a perder de nuevo!
Cerré los labios con fuerza, mirando a esos ojos grises tan duros, siempre juzgándome.
No me perdonaba la muerte de mamá, como si hubiese sido intencionada.
—Padre, fue un accidente. No sabía que Savannah había salido de la manada sin avisarme…
—¡Era tu deber seguirla, ella no tenía que informarte nada! ¡Dime! ¿Dónde diantres estabas mientras la atacaron?!
Dio un paso adelante con los caninos afuera.
Su aura afilada me presionaba sin compasión.
—Yo… —tragué en seco.
Mentirle a mi padre no era fácil.
Mis ojos luchaban por no ir hacia la entrada de la celda, donde la presencia de su Beta estaba de pie.
—Fui a dar un paseo…
—¿Con quién? ¿En qué andabas exactamente, Isabella?!
Estaba sudando a raudales bajo la ropa, esquivando sus preguntas insistentes.
—¡Mírame cuando te hablo! —mi cabello fue agarrado con fuerza.
—¡Te confabulaste con esos asesinos para deshacerte de tu hermana!
—¡NO! ¡No, padre! ¿Cómo puede creer que le haría eso a Savannah? —los ojos se me humedecían, llena de impotencia.
Por mucho que me coaccionó, no quería revelar que tenía un romance secreto con su Beta.
Elliot observaba desde la puerta, pero él poco podía hacer frente a los maltratos del Alfa.
—Savannah está en coma y, por tu bien, más te vale que se despierte o te arrancaré la tira del pellejo yo mismo.
—Papá, por favor… —las lágrimas cayeron inevitablemente de mis ojos—. Yo también soy tu hija. ¿Cómo puedes ser tan cruel conmigo?
—Tú solo fuiste un error no calculado y agradece que sigas con vida —sus palabras se hundían en mi corazón como un puñal ponzoñoso.
Sabía muy bien cuánto me aborrecía por haber sobrevivido.
Se suponía que mi gemela me consumiría en el vientre de nuestra madre… pero no me dejé vencer y tomé parte del poder que era para Savannah.
Él me odiaba, porque le fastidié su linaje perfecto de Serafinas puras.
Salió de la celda donde me retuvieron después del ataque sorpresa en el que casi asesinan a Savannah en las fronteras.
—Elliot, ven conmigo a esperar el resultado del médico, si determino que Isabella tuvo algo que ver, regresarás a interrogarla.
Escuché su orden cuando se marchaban.
La puerta se cerró con fuerza y por la ventanita de rejillas la mirada verde de Elliot me atravesó, llena de lástima, antes de alejarse.
No era su compasión lo que necesitaba ahora mismo, sino que se acabara de poner los pantalones.
Llevábamos casi seis meses saliendo en secreto y, por mis circunstancias, seguía aplazando el tema de hacerlo formal frente a mi padre.
Siempre me daba justificaciones, pero hoy comprendí que jamás tuvo la intención de reconocerme como su pareja.
Los minutos corrían tan lentos que parecían eternos.
Con los brazos en alto, entumecidos, y el cuerpo laxo, esperé mi sentencia.
“Bella… se acerca Elliot. Seguro con buenas noticias. La hermana mayor debe haberse despertado y mencionó a los culpables”
Me tensé ante las palabras tibias de mi loba.
Notaba su inquietud, ni ella misma estaba convencida.
Cuando la puerta se abrió de nuevo y vi el látigo en las manos de Elliot, me estremecí de pies a cabeza.
—Sabes bien que no lo hice… estaba contigo, por el amor de la Diosa, tienes que decirle a mi padre, Elliot, ¡no puedes hacerme esto! —le grité con un nudo en la garganta.
Descuidé mi tarea de guardiana porque estaba con él.
—Lo lamento, Isabella… son las órdenes del Alfa. Tu hermana está muy grave y eres la principal sospechosa.
Me respondió con un cinismo tan frío que no podía creer que este era el mismo hombre apasionado que me hacía el amor.
—Sabes que no es verdad. ¡Tú eres mi cuartada!
—No sé… de qué me hablas —esquivó mi mirada.
—No mientas o puedes incriminarme frente al Alfa y no perderé mi puesto de Beta ni por ti ni por nadie… Negaré lo que digas.
Me quedé sin palabras, llena de incredulidad.
—Dime con quién te confabulaste. ¿Quiénes eran esos asesinos que atacaron a la Srta. Savannah? —tuvo incluso el descaro de preguntarme.
Yo negaba como una idiota, pasando por tantas emociones que parecía un carnaval dentro de mi cabeza.
—Por última vez… ¡dime la identidad de tus cómplices!
—¡Cerdo hipócrita! —le escupí la cara, estampándole un pegote de saliva en medio de sus ojos asombrados.
—¡Vete a la mierd4, maldito cobarde! —le rugí con la bilis revuelta en mi estómago.
—Esto te va a costar bien caro… Isabella —sus palabras presagiaban lo que vendría a continuación.
Se limpió el rostro con asco y me rodeó, parándose detrás de mí.
Sus manos rudas, que me acariciaban hace unas horas, rompieron la tela de mi blusa exponiendo las viejas cicatrices de mi espalda.
Esta no era la primera golpiza que me propinaban, pero sí una de las más dolorosas, porque probé de nuevo el sabor de la traición.
Qué ilusa fui. Una tonta necesitada de algún afecto.
El chasquido del látigo pronto resonó entre las cuatro paredes.
Mi loba me daba valor.
Aunque era una pequeña Omega, le rugía al lobo de Elliot de manera rabiosa y decepcionada.
El olor a sangre llenó el aire y los resoplidos entre mis labios se escapaban con brusquedad.
Después de cinco crueles latigazos no pude aguantar más y tuve que gritar.
Las lágrimas recorrían mis mejillas sin control, mi garganta en carne viva, mis piernas temblando.
No me tuvo misericordia. Quería demostrarle al Alfa que no tenía nada que ver conmigo.
Al golpe número quince perdí la consciencia.
El mundo se oscureció, aunque para mí, siempre había sido negro.
*****
Desperté en la noche, acostada en mi camita, en lo más lúgubre de la mansión del Alfa, donde mantenía escondida al “error no calculado”.
Pocos conocían mi verdadera identidad.
Supe que algo estaba mal en cuanto abrí los ojos.
Me habían vendado el torso y puesto algún medicamento… eso fue lo primero que me alertó.
Jamás me curaban después de los “escarmientos”.
Lo otro que me hizo sentarme como un resorte, a pesar del dolor y el mareo, fue la presencia acechando en una esquina.
—Pa… pá… —mi voz sonó ronca y baja.
Sentía la garganta como raspada por una lija.
—El médico de la manada dijo que Savannah había sufrido una conmoción grave y no se sabe cuándo despertará —comenzó a decirme con demasiada tranquilidad.
Sentado entre sombras y luces.
Sus ojos fríos, del mismo tono gris que los míos, me miraban penetrantes.
—¿Y la hechicera? —pregunté por los poderes de esa bruja oscura que trabajaba para él.
—Su magia no es sanadora —sentenció.
Apreté con fuerza la manta sobre mi regazo y bajé la cabeza.
Jamás se había preocupado por las heridas que él mismo me causaba.
—A pesar de lo que crees, yo jamás le haría daño a Savannah. He arriesgado mi vida más de una vez para cuidarla.
Era la pura verdad y Savannah fue la primera que nunca me agradeció.
Mi hermana era una perra conmigo, una arpía y, después de mi padre, la persona que más me humillaba.
—Digamos que te creo —dijo de repente, y subí la cabeza esperanzada como una idiota.
—Ahora tenemos un serio problema que puede hundir nuestra manada y solo tú puedes ayudarme.
—¿Un problema? —¿Qué podía ser tan serio como para hundir la manada?
—Toma, vélo por ti misma —lanzó a la cama algo que tenía en la mano.
Un sobre pesado, se veía lujoso y oficial.
Lo agarré sobre la cobija y saqué el documento del interior, leyéndolo.
Mientras más avanzaba, el corazón se me iba acelerando y el sudor frío recorría mi espalda.
—¿Solicitan el ingreso de Savannah a HighMoon Academy?
—El Príncipe Aurelius cumplió 20 años y está en la edad más inestable para controlar a su lycan. Necesita el apoyo de una Loba Serafina, así que el Rey Lycan ordenó que Savannah entrara con él a la Academia.
Necesité unos segundos para procesar esta bomba.
De repente até los cabos… si Savannah no estaba disponible, entonces…
—Padre, no puedes estar pensando que yo…
—Eso mismo que crees. No puedo desobedecer la orden del Rey y menos decirle que perdimos nuestra bendición —se paró de repente, presionándome con su orden de Alfa—. Saldrás en unos días para la Academia y te harás pasar por tu hermana, tienes que ganar tiempo para que ella se recupere.
—¡Padre, pero yo no soy Savannah! —le grité con la rabia desbordándome.
—¡No tengo su habilidad, no estoy preparada! ¡Tú reprimiste mi poder para fortalecer el de ella!
Le eché en cara la maldad que había hecho conmigo.
Por eso el tabú de las gemelas Serafinas.
No era lo mismo el poder concentrado en una sola loba que dividido entre dos.
—La hechicera te quitará parte del sello de restricción, solo tienes que fingir como siempre lo has hecho y tranquilizar como sea al príncipe lycan —me dijo firmemente.
Ese “como sea” me revolvió el estómago.
Era bien sabido que los favores sexuales estaban incluidos en la “terapia”.
—¿Y si me niego? —lo miré fijamente, con voz temblorosa.
—Sabes que puedo obligarte con el encantamiento, incluso… asesinarte. Así que no te pases de lista, Isabella —me advirtió como si hablara con una enemiga.
Reprimí la burla triste de mis labios.
Si no había acabado conmigo era porque temía afectar el poder de su preciada hija.
—Irás a HighMoon Academy, te harás pasar por Savannah Olivan… y es mi última palabra.