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Entre miradas y fuego escondido

Julieta había llegado temprano ese día, Kendra y Sabrina la habían citado para tomar un café cerca de la academia. Ella con el corazón aún acelerado por lo ocurrido la noche anterior con el profesor Guerra. No sabía cómo ocultar en su rostro esa mezcla de ansiedad, nervios y... deseo. Todo había comenzado por una simple presentación donde Julieta brillo si esforzarce demás, pero terminó en un momento que solo podía describirse como descontroladamente íntimo.

Y aunque intentaba seguir como si nada hubiera pasado, sus amigas la conocían demasiado bien.

- Oye Julieta.. - Le dijo Kendra en medio de la conversación en al café, con una sonrisa suave, mientras Sabrina se acomodaba cruzando los brazos - ¿Podemos preguntar algo?.

- ¿Ocurre algo? - preguntó ella, sabiendo perfectamente que estaba a puntode caer en su propio juego de evasión.

Sabrina bajó la voz mientras miraba hacia el pasillo que conectaba a la entrada. - Ayer... el profesor Guerra salió de los camerinos como si alguien lo hubiera perseguido. Agitado. Con la camisa un poco arrugada y el cabello desordenado.

Kendra agregó sin rodeos -: No dijimos nada por respeto, pero... ¿fue contigo?.

Julieta tragó saliva. No podía más. A veces cargar con un secreto tan grande, ardía más que contarlo. Y por mas que quiso no pudo dejar de tartamudear, asi que opto por decirle la verdad a sus amigas. 

- Si...- dijo finalmente bajando la mirada - . Fue conmigo, pasó algo entre nosostros... algo que no estaba planeado.

Kendra soltó un leve suspiro, pero no de juicio. Sabrina le tomó la mano con suavidad.

- No vamos a decir nada - le aseguró -. Pero tienes que saber que no todos van a entender esto como nosotras. Si lo descubren, puede volverse en tu contra... y en la de él.

- Cuídense - agregó Kenddra con firmeza -  Que el deseo no los haga descuidar la realidad.

Julieta asintió, sabiendo que esas palabras, aunque duras, eran una advertencia cariñosa.

Al terminar de conversar, las 3 salieron rumbo a la academia. Al llegar el aula vibraba con la energía post-recital. Estaban recibiendo retroalimentación de sus presentaciones y, como era de esperarse, Julieta brilló. Samuel se mantenía sereno, profesiona, como si nada hubiera pasado... pero su mirada buscaba constantemente los ojos de ella.

Y no era el único.

Adrián, uno de los compañeros del grupo, había estado demasiado atento a Julieta durante los ensayos. A cada oportunidad, se acercaba con comentarios casuales y sonrisas que se alargaban más de lo necesario. Pero lo que realmente hizo estallar algo en el pecho de Samuel fue que, mientras Julieta cantaba, Adrián la observaba como si ya le perteneciera.

La tensión se volvió imposible de ignorar. Apenas terminó la clase, Samuel se acercó con paso firme.

- Julieta, ¿podemos hablar? - dijo con un tono que no admitía negativa.

Ella lo siguió a una de las salas de canto vacías. En cuanto cerró la puerta, el profesor Guerra ya no estaba.

Esa Samuel, el hombre que la deseaba con cada fibra de su cuerpo. 

- ¿Qué pasa contigo y ese idiota¡ - soltó con la voz apenas contenida.

-  ¿Adrián? ¡Nada! Solo fue amable...

- ¿Amable? No te quitaba los ojos de encima. Lo vi, Julieta. Lo vi todo y no me gustó nada.

Ella se quedó sin palabraas. Su corazón latía con fuerzas. El estaba... molesto. Celoso. Descontrolado.

Y entonces, sin pedir permiso ni dar más explicaciones la besó. Con fuerza. Con hambre. Con propiedad.

Sus labios reclamaron, su mano tomó su cintura y la pegó contra él. Sus dedos acariciaban su mejilla, su nuca, como si dibujaran un mapa secreto que solo él conocía.

- Eres mía... - susurró contra su oído.

El calor subió por la espalda de Julieta como un río de lava. No podían seguir ahí. Él lo sabía.

-Ven comigo -  le dijo, tomándola de la mano.

Salieron por una puerta lateral y bajaron al estacionamiento. Ahí estaba su motocicleta: una Ducati Scrambler negra, de aspecto rebelde y elegante, como el mismo.

- ¿Confías en mi? -  le pregunto, pasandole el casco.

- Si - dijo sin pensar.

El motor rugió, la ciudad se volvió un borrón a su alrededor y cuando llegaron a su apartamento, el silencio fue reemplazado por el sonido de dos cuerpos que ya no podían seguir fingiendo.

Samuel la alzó en brazos, la llevó hasta su habitación, y la miró como si hubiera esperado ese momento desde la primera vez que la vió.

Sus besos bajaban por su cuello, suaves al inicio, pero cargados de un deseo que no sabía disimularse. Sus manos la exploraban con respeto, pero con necesidad. Como si cada rincón de su piel necesitara ser aprendido de memoria.

Ella se aferró a su espalda mientraas él se deshacía de sus propias barreras, cuidando cada prenda que le quitaba, omo si abrirla fuera un ritual sagrado.

Y cuando por fin fueron solo piel contra piel, el tiempo dejo de existir. 

La dejó caer sobre la cama, deslizando suavemente la mano desde el inicio del vientre, poco a poco acércandose a ese punto que sabía la dejaría sin aire.

- Que receptiva eres... me gusta - dijo con esa voz ronca que generaba choques dentro de la mente de Julieta.

- Dicen que los músicos tiene una manos maravillosas... demuéstralo... - le respondió Julieta retandolo a dejarla sin aliento.

Samuel sabía lo que ella hacia, y no se quedaría sin hacer nada. Sus dedos jugaban alrededor de su centro, sin entrar. Solo torturando esas partes sensibles que la hacían temblar y desear más de él.

- deja de jugar... - retuvo un gemido al sentir la intención de los dedos de Samuel entrando y saliendo de ella. - hazme tuya... - fue lo único que logró decir al sentir el placer que la hacía sentir.

Samuel no pudo contenerse más. Se acomodó entre las piernas de Julieta entrando lentamente y haciendo de ella un nudo de placer al sentirlo despues de tanto tiempo deseandolo. Sus cuerpos se movían al mismo ritmo, entre caricias profundas y miradas que decían cualquier palabra. No hubo prisa. No hubo miedo. Solo dos almas que sabían que ya no podían estar separadas.

Esa noche Julieta no durmió. Porque soñar... era poco comparado con lo que vivió.

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