Cuidando a la hija, Enamorándome del padre.
Cuidando a la hija, Enamorándome del padre.
Por: Blondegirl
Dos desconocidos

El tren avanza mientras Jules mira a través de la ventana y piensa en lo loco que es que se encuentre viajando rumbo a Francia cuando hacía apenas un día estaba en Carolina del Sur.

Se pellizca en el brazo, pero las centelleantes aguas color zafiro del mediterráneo no desaparecen de su campo de visión. En verdad está ahí.

En apenas veinticuatro horas, su vida había cambiado el rumbo de manera estrepitosa y sin que lo tuviese planeado, pero le gustaba y, bien en el fondo sabía que lo necesitaba ya que su carrera y vida laboral en Estados Unidos estaba acabada.

UNA SEMANA ANTES

Jules camina rápidamente por la acera de Charleston, bebiendo el café mocca caliente que compró en un intento inútil de despejar su mente.

Acaba de desperdiciar ocho años de entrenamiento y duro trabajo, pero no le quedaba de otra, tenía que poner a su jefe en el lugar que le correspondía. Tenía que dejarle claro que ella no era una muñequita inflable con la podía jugar a su antojo.

Su teléfono celular no para de sonar y vibrar mientras varias notificaciones le entran.

Su mejor amiga preocupada y su madre no tan alentadora como de costumbre, todo lo que sabía hacer era recordarle constantemente quién era su padrastro, como si eso fuese a solucionar algo.

Jules bebe de manera ansiosa su café mientras se dispone a responderle el mensaje a su madre cuando, de repente, se tropieza de frente con un peatón.

Su bebida sale volando de su mano y cae estrepitosamente sobre él y su camisa.

—¡Zut alors! —exclamó el extraño.

—¿E…eso fue… francés? —preguntó Jules confundida y tartamudeando cuando alzó la vista y vio al hombre que tenía frente a ella.

Su piel parecía que había sido besada por el mismísimo sol y hacía contraste con el verde esmeralda de sus ojos.

La chica tuvo que inclinar su cabeza un poco hacia arriba para poder mirarle a la cara ya que le sacaba unos cuantos centímetros de diferencia.

A ser verdad, el hecho de que él hablara francés encajaría perfecto considerando su traje y su cabello, parecía sacado de una revista parisina, excepto que, ahora, su camisa estaba cubierta de café mocca muy caliente.

—¡Oh, Dios mío! Lo siento mucho —dice ella cuando por fin puede articular palabra y dejar de babear.

Él la observa perplejo mientras Jules rebusca en su cartera, más preocupada por haberlo quemado que por la mancha.

—¿Qué estás buscando? ¿Tienes una camisa de repuesto ahí dentro? —si a ella antes le parecía sexy, ahora lo hacía el doble después de escuchar su acento.

A pesar de que lo intenta, no puede evitar que una sonrisa tonta se le dibuje en su rostro.

—Estoy segura de que tengo algo que te pueda ayudar.

Después de buscar un poco más, le entrega una servilleta. Él la observa y le devuelve la mirada como si no supiera qué hacer con ella.

Sin pensarlo bien, ella toma su mano y la dirige hacia la mancha húmeda de su pecho. Un pequeño jadeo se escapa de sus labios cuando siente lo firme que es su pecho, como si estuviera esculpido en mármol.

—Creo que puedo encargarme a partir de aquí —le dice él con seguridad, pero sin dejar de ser amable.

Ya no le quedaban dudas a Jules, era evidente de que el acento era francés y ella definitivamente lo estaba mirando fijo.

El desconocido se frota la camisa con las servilletas, pero no sirve de mucho, la tela sigue pegada a sus perfectos abdominales.

—Por favor, envíame la factura de la tintorería, es lo menos que puedo hacer.

—No se me ocurriría hacerlo nunca. La culpa es toda mía, pero, si en verdad estás arrepentida, podrías compensarlo acompañándome a un trago —le dice con una pequeña sonrisa llena de confianza.

El día de Jules ya estaba siendo un completo desastre, así que pensó que no sucedería nada por aceptar unos tragos con un desconocido, al fin y al cabo ¿qué más podría pasar?

—De acuerdo, solo uno y solo porque he arruinado tu camisa.

—Es mi camisa la estropeada y, por alguna razón, creo que yo soy el afortunado. Solo dame un momento para asegurarme de que no nos interrumpan.

Él saca su celular y hace una llamada rápida.

—Sí… soy A. por favor, llámame a las 5. Surgió algo. Gracias. —dijo él y colgó rápidamente.

—¿A? ¿Es ese un nombre en clave? —le pregunta ella divertida.

—Quizás ¿tú también tienes uno?

Por un segundo, los ojos marrones de Jules brillaron. Acaba de darse cuenta de que, probablemente, ese era el único hombre que no supiera quién era ella y el único que no la asociaba con su padrastro, así que no lo dudó cuando pronunció sus palabras.

—Puedes llamarme Bonnie.

Y así, un par de desconocidos entraron al bar.

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