Cuando llegué a la puerta, vi a Elisa en la habitación del bebé, recogiendo cosas.
El enojo me atravesó al instante. Esa era la habitación que Diego y yo habíamos preparado desde que supe que estaba embarazada. Cada mueble, cada detalle, lo elegimos juntos con la ilusión de llenar ese espacio de amor.
Y ahora, él permitía que Elisa estuviera allí. ¿De verdad iba a entregarle todo eso a su hijo?
El cuerpo me temblaba de rabia.
Elisa estaba recostada en la cuna y, al verme, sonrió con aire de triunfo.
Sin pensarlo, corrí hacia ella para sacarla de allí. Pero antes de que pudiera tocarla, gritó y se dejó caer al suelo.
Diego, alarmado, apareció corriendo. Me sujetó de la muñeca y me apartó con brusquedad.
—¡Celia! ¿Qué demonios haces? —me gritó.
Lo miré, sintiendo cómo se me rompía el corazón. Tragué las lágrimas que amenazaban con salir.
—Diego... ¿vas a dejar que Elisa se quede en esta habitación?
—Si a Elisa le gusta, que se quede aquí un rato, ¿qué tiene de malo? —respondió con fastidio.
—Pero tú dijiste que este cuarto era para nuestro hijo... —susurré, con la voz quebrada.
—Celia, por favor, no es para tanto. Solo le dije que se quede un rato —contestó, desesperado, intentando calmarme—. No sigas con esto.
—Me has decepcionado tanto... empiezo a pensar que lo nuestro fue un error.
—¿Quieres que tu hijo crezca sin mí? Eso es lo que vas a lograr si sigues así.
Su amenaza me atravesó como una daga. Bajé la cabeza, incapaz de seguir. Me di la vuelta y salí.
—Celia... —me llamó él desde atrás, con una voz menos dura—. Te prometo que le haré una habitación aún mejor al bebé.
Por dentro me reí con amargura: "¿Una mejor habitación? Ya era demasiado tarde. Yo me llevaría a mi hijo lejos de un padre que no nos quería."
Seguí caminando, ignorando sus palabras, hasta que escuché la voz dulce de Elisa:
—Diego...
Él enmudeció y enseguida fue hacia ella. Mi partida no parecía importarle en lo absoluto.
Más tarde recibí un mensaje de voz. En la grabación se escuchaba a Diego, con un tono cálido que ya no era mío:
—No le hagas caso a Celia, solo está molesta. En un par de días se le pasa. No te preocupes por la habitación, si algo no te gusta, lo cambio.
Llegaron más audios, uno tras otro, con esa voz llena de ternura.
Mis manos temblaban, el aire me faltaba. Cada palabra era un cuchillo que me hundía más.
Entonces lo entendí: todo lo que Diego hacía, incluso por el bebé que esperaba, no era por nosotros. Era por Elisa y su hijo.
El dolor me desgarró y las lágrimas cayeron sin control. Mi hijo, como si sintiera mi angustia, movió sus piernitas.
—No te preocupes, mi amor —le susurré—. Papá eligió a otra, pero yo siempre voy a elegirte a ti. Te llevaré lejos, donde nadie pueda lastimarnos.