Me quedé callada un buen rato antes de retirar mi mano con calma.
—Diego, no me fui por cómo cuidaste a Elisa. Me fui porque me ignoraste una y otra vez, porque me dejaste de lado.
—Entre ella y yo, siempre la elegiste a ella sin pensarlo. Eso es lo que de verdad me duele.
—Aunque ahora la hayas sacado de tu vida, el daño que me hiciste no tiene remedio. Yo ya tengo una nueva vida y no quiero seguir atada al pasado.
Mi voz salió fría y firme. En ese instante vi cómo el rostro de Diego se derrumbaba.
La luz en sus ojos se apagó y parecía quedarse sin fuerzas.
Los labios le temblaban, queriendo decir algo más, pero yo ya no estaba dispuesta a escucharlo.
Solté un suspiro y me di la vuelta para marcharme.
—¡Celia, espera! —me alcanzó con desesperación, la voz rota y los ojos llenos de tristeza—. ¿Puedo venir a ver a la niña de vez en cuando?
Me detuve en seco y lo miré unos segundos, sin decir nada.
Pensé en mi hija, tan pequeña e inocente, y sentí un nudo en el pecho. No quería que creci