Cuando me alejaba, alcancé a ver a Diego, con los ojos llenos de pánico, intentando seguirme.
Pero en ese instante, Elisa empezó a gritar, abrazándose el vientre.
—Diego, me duele mucho el estómago... —sollozó.
Diego, alarmado, le tomó la mano.
—¿Qué pasa, Elisa?
Ella, pálida pero tratando de serenarse, murmuró:
—No te preocupes, no es nada grave. Ve con Celia... seguro ahora está destrozada.
Diego dudó, luego bufó con desdén:
—Siempre lo mismo, haciendo un drama por nada. Y justo ahora que estás embarazada... ni sabe cuándo parar. Voy a acompañarte al médico. Después hablaré con ella.
La cargó en brazos y se la llevó.
Regresé sola a la casa.
Ese lugar que antes fue refugio y amor ahora era solo un cascarón vacío y frío. Desde que Elisa volvió, Diego casi no venía.
La casa desierta me envolvía en un silencio cruel. Arranqué de la pared la foto de nuestra boda y la metí en la bolsa de basura. Luego abrí la maleta y empecé a guardar mis cosas.
Cuando estaba por salir, Diego entró acompañado de Elisa. Al verme con la maleta, su rostro se tiñó de culpa.
—Celia... —balbuceó—. Elisa no se siente bien, la traje a descansar un rato.
Solté una risa amarga.
—¿Descansar? ¿Y esto qué es, un hotel? Si está tan mal, ¿por qué no la llevas al hospital?
Elisa fingió incomodidad, suavizando su voz:
—Sé que no me quieres, pero te juro que entre Diego y yo no pasa nada. Solo estoy sola y necesito un poco de apoyo. Cuando nazca mi bebé, me voy y no me vuelves a ver.
Esa frase solo buscaba provocarme.
La miré con frialdad y sin poder contenerme, solté :
—Elisa, no quiero volver a verte. Te pido que te largues.
De inmediato, Diego frunció el ceño y me miró con evidente molestia.
—¡Celia, cómo puedes ser tan dura! Está embarazada, ¿a dónde quieres que vaya? Ella se queda aquí.
Contuve la rabia, respirando hondo.
—Diego, esta es mi casa, y no quiero que ella se quede aquí.
Diego dudaba, sin saber qué hacer, cuando Elisa se llevó la mano al vientre y fingió un gesto de dolor.
—Diego, otra vez... me duele el estómago. ¿Tú crees que el bebé esté bien?
Diego se tensó, su voz se volvió un reproche.
—¡Celia! Eres mujer, ¿cómo puedes ser tan insensible? Elisa no tiene a nadie más... ¿por qué eres tan fría?
Lo miré a los ojos y sentí cómo el pecho se me desgarraba por dentro.
—Si no te gusta, vete. Pero no quiero que pase nada con el hijo de Elisa.
Hice una pausa, sabiendo que ya no quedaba nada entre nosotros.
—Está bien. Me quedo esta noche, pero mañana me voy para siempre.
Salí con la bolsa de basura en la mano. Afuera, el viento helado me cortaba la piel como cuchillas. Abrí el basurero y arrojé la foto de la boda.
Y en ese instante, junto a la foto, se apagó también el último rastro de amor que alguna vez sentí por Diego.